En la reflexión de la semana anterior analizamos los parámetros válidos que definen el ingreso razonable de un legislador en el marco del nivel salarial de una sociedad a la que dice representar, para recién entonces juzgar si el incremento del 150 % que se otorgaron a sus dietas en diciembre pasado responde a un principio de equidad.
A escala “macro” partimos del concepto de pirámide salarial como indicador de validez internacional para establecer las políticas de distribución del ingreso. Nos resta complementar el análisis reflexionando sobre el concepto de salario y/o retribución (dieta en el caso de los legisladores). Una definición adecuada y no sofisticada es que el salario es el pago que en forma periódica recibe un trabajador de su empleador a cambio de una actividad productiva, en el marco de una relación contractual. Esos pagos compensan a los individuos por el tiempo y el esfuerzo dedicado a la producción de bienes y servicios. Cuando el pago no se realiza en forma periódica (quincenal, mensual), sino referido a una tarea determinada y acotada en el tiempo, la retribución adquiere el carácter de honorario.
Mas allá de la designación de salario, retribución, dieta u honorario, repárese que todo pago implica en su definición una actividad productiva (bienes, servicios,tareas), que para ser cumplimentadas exigen de los actores intervinientes tiempo y esfuerzo, el que es reconocido mediante un pago. En una sociedad existirán inevitablemente quienes por decisión propia o fuerza mayor, carezcan de esos requisitos necesarios; el nivel de subsistencia entonces no es cubierto por un salario, sino por políticas de asistencia social. Considerar ocupado a quien tiene un subsidio oficial llamado “plan trabajar” y no trabaja, es de por sí un contrasentido.
Ahora sí podemos preguntarnos: es lógico que nuestros legisladores cobren $ 35.000 mensuales de dieta, cuando delegaron su obligación de legislar en el Poder Ejecutivo, y prácticamente no elaboran leyes por sí mismos? Cuando no tienen un régimen de asistencia a su trabajo, con los pertinentes descuentos cuando correspondan? Cuando ni siquiera conocen a fondo las leyes que envía el Ejecutivo, y se remiten a aprobar o rechazar según mayorías y minorías? Cuando no ejercen sus funciones en las comisiones que deben controlar al Poder Ejecutivo, o la prestación de servicios públicos?
Surge entonces una pregunta inquietante: se puede recibir un pago regular o circunstancial trabajando en el Estado sin realizar una actividad productiva, y sin emplear tiempo y esfuerzo? En el caso de los legisladores la respuesta parecería ser afirmativa, pero obviamente “en el marco de la legalidad”. La siguiente pregunta es más inquietante aún, por no decir ingenua: puede el Estado manejarse en el marco de la ilegalidad? Desde luego: con sobresueldos no contabilizados o con las coimas, que son pagos que realizan privados a funcionarios públicos con dinero del Estado, que lo provee al privado para su retorno al funcionario aceptando sobrecostos de obras y servicios, o incumplimientos como contratistas del Estado, obviamente todo ello con la debida cobertura judicial.
A la luz de lo expuesto, cobra relevancia lo expresado por el Presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, al señalar que “me parece una hipocresía tanto revuelo. Si no, tenemos que dejar la política para ricos y ladrones”. Si consideramos que el aumento fue acordado por todos los legisladores sin discusión y en el mayor de los sigilos; que no se cumplen los requisitos de productividad, tiempo y esfuerzo, que se exigen a cualquier trabajador argentino; que no responde al concepto de “mercado” porque son fondos públicos; y el convencimiento que tiene el diputado Domínguez de los políticos argentinos, respecto a que si ganan “poco” serán ladrones, cabe preguntarse si en realidad el aumento de las dietas no fué una coima legalizada, para que los legisladores cumplan desde lo político con uno de los pilares del liberalismo económico sintetizado en la frase del economista francés Vincent de Gournay a mediados del siglo XVIII: “Laissez faire, laissez passer…” (dejar hacer; dejar pasar).