Tras la votación del pasado
domingo, además de identificar ganadores y perdedores, es necesario reflexionar
sobre repetidas conductas oportunistas e inconducentes exhibidas durante la
campaña, en la esperanza que la clase política mejore sensiblemente su
privilegiada condición de “representantes del pueblo”. Y de este modo, la ciudadanía
pueda aspirar a un cambio institucional estructural coherente, y el país se encamine
a un desarrollo equitativo sostenido en el tiempo.
El momento es adecuado, porque conocido
el resultado electoral, la reflexión no puede ser sospechada de responder a
especulaciones de coyuntura, o caer en preconceptos que esterilizan. La campaña
se caracterizó por una mediocridad publicitaria y justificada abulia ciudadana,
que no sorprende. Repetidos actores políticos intentaron un reclamo engañoso:
no hablar del pasado, sino del futuro. Cabe preguntarse: es posible tanto en
política como en otro campo laboral, no analizar los antecedentes pasados de
quienes nos prometen un futuro? Se puede pretender que cada cuatro años, los 10
de diciembre produzcan el borrado de memoria de datos económicos, sociales,
actos de gobierno y responsabilidades por actos delictivos? Es imprescindible
que los representantes del pueblo, tras recuperarse de la afonía causada por la
repetición de mensajes grandilocuentes cuando no falaces, actúen con enjundia para
obtener consensos que bajo el disfraz de “defensa del pueblo y los
trabajadores”, no defiendan intereses sectoriales cuyo saldo fue el de revolucionarios
enriquecidos y vastas capas sociales empobrecidas.
Como muchos de quienes asumirán
esta responsabilidad repiten cargos desde hace años y/o décadas, la sociedad deberá
ejercitarse para ser cada vez más exigente en la evaluación de sus dirigentes,
y perspicaz para descifrar sus opiniones. Para tal ejercicio vale mencionar tres
ejemplos recientes pertenecientes a personajes de distintos espacios políticos
de vasta trayectoria y buena formación intelectual, con expresiones cuyas
repercusiones no lograron los creativos publicitarios. Cada uno de ellos,
muestran recursos viciosos del discurso político: el aprovechamiento del mito
(Kirchner), la banalización de los hechos (Carrió) y la mentira (Bonfatti). La
ex presidenta usufructuó el mito, que consiste en una historia imaginaria que
altera verdades, cuando señaló que si Evita viviera la votaría a ella, y Perón
lo haría por Taiana. Afirmación incomprobable, que nos retrotrae al setentista “si
Evita viviera sería Montonera”. Elisa Carrió por su parte, confundió la
búsqueda de Maldonado (el hecho), con la posibilidad inconsistente que
estuviese en Chile (la suposición). Por añadidura, al encontrarse un cuerpo,
confundió los efectos de inmersión en un río con la técnica de criohibernación
de Walt Disney. Aún políticos reconocidamente inteligentes, deberían pensar más
y hablar menos.
El caso de Antonio Bonfatti es paradojal.
Al asociar a Macri con Hitler, echó mano a uno de los principios
propagandísticos preferidos por los totalitarismos: la desinformación. Hitler
no accedió al poder por los votos. Si bien el nazismo tuvo un crecimiento
sostenido desde el 18,3% que obtuvo en 1930, en la elección presidencial de
1932 obtuvo el 37% de los votos, siendo derrotado por von Hindenburg, que
obtuvo el 53%. Ello, en el marco de permanentes conflictos políticos, grave
situación económico-social, restricciones democráticas y grupos parapoliciales
de presión. En ese contexto, en el mismo año se realizaron elecciones parlamentarias,
y el nacional socialismo solo obtuvo la primera minoría. Finalmente y a
disgusto de Hindenburg, en enero de 1933 Hitler fue designado canciller. En
febrero se produjo el incendio intencional del Reichtag, y las consecuencias posteriores
son conocidas. Si Bonfatti hubiese estudiado con mayor precisión ese período, le
hubiese asombrado la similitud que el zarandeo institucional de entonces tiene
con el que hoy sufre Venezuela.
Antes de aplazar a Bonfatti es
necesario señalarle otra inconsistencia. Que “los pueblos nunca se equivocan”
es una falacia que invocan los totalitarios cuando triunfan. La simultaneidad
de opinión en un acto electoral no tiene de por sí efectos mágicos. Lo entendieron
recientemente los Rodríguez Saá, distribuyendo aceleradamente dinero del Estado
entre los votantes. Por el contrario, lo que la historia indica es que muchas
veces los pueblos son engañados por falsas promesas de sus dirigentes. En este
caso, la culpa no recae en el pueblo.
Buenos Aires, 25 de octubre 2017