Concluyó el agotador calendario
electoral nacional, con el triunfo de la Coalición Cambiemos, tras doce años de
gobierno del Frente Para la Victoria. Es oportuno entonces reflexionar sobre el
conformado político-partidario resultante, e intentar vislumbrar si será
posible una consolidación definitiva de un sistema de partidos coherente en el
tiempo, con extensión nacional.
Según evolucionen los
acontecimientos en el corto y mediano plazo, será posible alcanzar un verdadero
sistema republicano, representativo y federal, o bien continuaremos divagando entre grandilocuentes retóricas,
y entusiastas prácticas demagógicas y autoritarias. Para disimular las anomias
partidarias y programáticas, políticos y analistas continúan apelando a
supuestas identidades justicialistas y radicales de vastos sectores de la
sociedad, al solo fin de usufructuarlas para acumular votos. A partir de 1999
(PJ-UCD y UCR-FREPASO), justicialismo y radicalismo se mimetizaron en variadas
e insólitas alianzas, guiadas más por objetivos coyunturales y de poder, antes que
en políticas virtuosas consensuadas. No es casual que casi todos los actores intervinientes
en dichas asociaciones estén hoy vigentes y gocen de buena salud. Por haber
conducido el país en 24 de los 32 años de recuperada la democracia, plantearemos
inicialmente las incógnitas que generan quienes se dicen peronistas, y
pretenden ejercer su representación.
1.- En primer término, debemos
destacar que la ciudadanía ha brindado sobradas muestras de independencia al
momento de votar, buscando siempre la mejor opción electoral para su
crecimiento o subsistencia. Por lo tanto el análisis se centra en las clases
dirigentes, que pese adjudicarse incomprobables caudales electorales, son
paradójicamente responsables de las más insólitas asociaciones electorales, y
para obtener cargos se comercializan como “patas” peronista, radical o
progresista. Ya en 1983, en donde las pertenencias eran claramente definidas y
el PJ-UCR alcanzaron entre ambos el 91,90% del total de sufragios, Alfonsín
superó a Luder por el 11,59%. Seguir especulando sobre cantidades de votos “atados”, carece de
sentido.
2.- Caracterizaciones como alfonsinista,
delarruista, caffierista, menemista, kirchenirista o massista, deberían servir
para una interna, pero no para exaltar personalismos que diluyan sus
estructuras de apoyo y antecedentes
históricos. Cuando se habla de menemismo o kirchnerismo como sustitutos de
peronismo, Perón queda minimizado a ser invocado solo como recurso electoralista
o especulativo. No en vano en los últimos doce años, las figuras de Evita, e
insólitamente la del gris y fiel Héctor Cámpora, predominaron por sobre la
memoria de Perón.
3.- En la última elección, tres agrupaciones
se asumieron de raíz peronista: el FPV (Scioli); UNA (Massa), y Compromiso
Federal (Rodríguez Saá). Existiendo internas abiertas y obligatorias para
elegir candidaturas, cabe preguntarse: existen entonces tres peronismos? Pareciera
imposible. Entonces, lo son realmente, y continuarán existiendo como tales a
futuro? Como relacionarán sus eventuales continuidades con la conducción del
Partido Justicialista? Este es el gran dilema a resolver. Por su importancia en
la reconstitución de representaciones políticas nacionales serias y coherentes,
la expectativa excede al justicialismo.
4.- El radicalismo por su parte, sufrió
similar fenómeno de dispersión. Muchos de sus dirigentes, con cargo bajo el
brazo, se ofrecen como “pata radical”, para dar un barniz pluralista a regímenes
personalistas. Por ello es destacable que Ernesto Sanz, tras una ejemplar
convención democrática de casi cuatrocientos afiliados, insertara a la envejecida
UCR en la coalición Cambiemos, junto con el Pro y la Coalición Cívica de Elisa
Carrió. En su diversidad, sus principales dirigentes exhiben más similitudes
que supuestas diferencias ideológicas. Por bien del país, esperemos optimicen con
responsabilidad, una coalición inicialmente virtuosa.
5.- El caso de Cambiemos podría
señalar un camino al dilema justicialista. En pleno siglo XXI plantear un
retorno al bipartidismo justicialista-radical sería anacrónico, y contrario a
la necesidad de modernización institucional. Es más importante que las
coaliciones consoliden identidades, políticas programáticas básicas, e
interrelación partidaria territorial. Salvo la izquierda testimonial, no se
justifica que existan en el país más de tres opciones con pretensiones y
posibilidades de ser alternativas de gobierno.
La elección del 2015 no debería desembocar
en el vicio reiterado de regresos mesiánicos y cultura del fracaso. Solo cabe
actuar con inteligencia y grandeza para generar un cambio definitivo de matriz
político-partidaria.
Próxima opinión política: miércoles 20 de enero 2016