El pasado domingo, 25
millones de ciudadanos eligieron una conducción política para los próximos
cuatro años. De ese total, no más 10 mil tienen en mayor o menor grado acceso a
niveles de decisión, o bien una inserción popular y/o comunicacional, con algún
grado de influencia en la sociedad a través de sus opiniones. Pero como las
elecciones las deciden millones de ciudadanos anónimos, para captarlos se emplean
recursos multimillonarios, trasladándoles masivamente mensajes e imágenes
encapsuladas, muchas veces falsas, centradas básicamente en lo emocional. Las
campañas intentan “convencer”, no informar, para obtener el voto de “confianza”
de la ciudadanía. Este es el punto. La política, o responde a esa confianza, o
defrauda a los ciudadanos.
Sin embargo, pese a los
recursos propagandísticos, el ejercicio continuo de la democracia ha permitido
un aprendizaje paulatino de los ciudadanos, que les permite incrementar cada
vez más el componente analítico, por sobre el puramente emocional. Esta
evolución no prevista por políticos y analistas, hace que ante la realidad, intenten
justificarse invocando “sorpresa”, o que “no lo vimos venir”. Mientras millones
de votantes retornan a sus habituales anonimatos y expectativas, políticamente
se están adoptando decisiones que marcarán los primeros pasos del nuevo
gobierno. Por ello, postergaremos el análisis de las consecuencias políticas
futuras por el resultado electoral, para incursionar en aspectos más concretos.
Esta prioridad se sustenta en un consejo que Maquiavelo diera a su príncipe: “Los príncipes irresolutos, para evitar los
peligros presentes, siguen la mayoría de las veces el camino de la neutralidad,
y la mayoría de las veces fracasan”.
Resaltaremos conceptos que serán
esenciales para establecer políticas exitosas.
1.- Los eslógans y segmentaciones sociales para justificar apoyos o
rechazos son falsas. Si nos retrotraemos 25 años atrás
a la fecha, no se observan “dos modelos de país”. Por el contrario, se
visualiza una degradación del sistema político e institucional en cabeza de una
misma dirigencia, con decisiones estructurales económicas basadas en lo
recaudatorio: si es necesario privatizo; si es necesario estatizo. De ahí el
absurdo que los mismos que avalaran determinadas políticas décadas atrás, hoy
se vanaglorien de haber implementado lo contrario. Segmentar entre derechas,
izquierdas, peronistas, radicales, neoliberalismo, progresismo, ricos, pobres, teniendo
clases dirigentes oportunistas y fluctuantes, orilla el ridículo, y no es
creíble. Tampoco existen “décadas ganadas o perdidas”. Unos ganan y otros
pierden. Los sectores económicos más
beneficiados en los últimos 12 años, por ejemplo, han sido: 1) Financiero; 2) Supermercados;
3) Empresas de telecomunicaciones; 4) Actividad del juego. Todos ellos, además, con fuerte presencia
extranjera. Cada lector analizará si es verdadero o falso, y sacará sus
conclusiones.
2.- La inclusión es válida como política de desarrollo social; no para
encubrir víctimas colaterales de negociados político-empresariales. Las
coberturas sociales exceden asignaciones circunstanciales. Se debe brindar también
educación, salud y seguridad, para permitir el crecimiento del núcleo familiar.
El subsidio no es necesariamente bueno; pueden favorecer enormes negociados,
como se demostró en el área del transporte, con muertos inocentes incluidos.
3.- No existe independencia de poderes, sino interdependencia de
poderes. La Constitución habla de atribuciones específicas
de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, muchas de ellas interrelacionadas.
Ningún poder del Estado puede actuar en compartimentos estancos, sino con acciones
y responsabilidades imbricadas para llegar a sus objetivos. Si un juez es
corrupto, deber ser echado. Tampoco existe la autarquía financiera, cuando el
origen de los recursos es común: los impuestos de los ciudadanos. El
presupuesto nacional es uno solo.
4.- Imposible cambiar una matriz político-institucional, sin actuar
concretamente contra la corrupción, y tener una estructura administrativa
estatal acorde a necesidades reales, con conducciones y personal eficientes. Este aspecto es clave, porque condiciona toda
la política de un gobierno. Corrupción y estructura estatal son fuertemente
interdependientes. Involucra al Poder Judicial, organismos de control, y a un
principio de equidad sospechosamente abandonado: a igual función, igual
remuneración.
Por último, recordar que
los votos no se guardan en los bolsillos de los políticos. Decir “48,6% votaron
un proyecto, y 51,4% otro proyecto”, caduca el 10 de diciembre. A partir de
entonces, todos votamos por el objetivo de crecer como país.