Hace más de 500 años, aconsejaba
Maquiavelo al príncipe: “Lo que parece
virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba de traer el
bienestar y la seguridad”. Será aplicable este concepto para reflexionar sobre las
similitudes y diferencias entre los procesos que atraviesan Brasil y Argentina?
A modo referencial, resaltamos
algunas similitudes temporales y numéricas. Lula asumió la presidencia de
Brasil el 1° de enero de 2003; Néstor Kirchner el 25 de mayo del mismo año.
Sucedió a Lula en el 2011 Dilma Rousseff,
y a Kirchner en el 2007 su esposa Cristina. En las recientes elecciones
presidenciales del 2015, Dilma alcanzó en la primera vuelta el 41,59%, y en la
segunda el 51,62%, superando a Aécio Neves por 3,24%. En Argentina los
porcentajes fueron similares, pero no el resultado político. En la primera
vuelta el candidato oficial Scioli obtuvo el 37,08%, pero en la segunda perdió
ante Macri por 2,68%. La primera conclusión debiera ser que la diferencia del
3,24% a favor de Rousseff, y del 2,68% para Macri, otorga a ambos gobernantes plena
condición de legítimos representantes de una decisión democrática mayoritaria, que
no puede ser burlada por especulaciones capciosas por parte de las minorías. Otro
aspecto a considerar, es que tanto Rousseff como Macri asumieron la presidencia
tras doce años de gobierno de un mismo partido, considerados populistas, y a
los que se les reconoce haber generado una mejora social. Cómo se explican
entonces, con sus matices, las crisis económicas de ambos países?
Quienes gobiernan deben saber que
son inevitables los períodos cíclicos de “vacas gordas y vacas flacas”, por lo
que es necesario aplicar políticas de crecimiento y “distribución del ingreso”
de mediano y largo plazo, que prevean y minimicen futuras crisis. Pero se pueden
implementar y consolidar éstas políticas con una desaforada corrupción
estatal-privada? La corrupción es necesariamente de corto plazo, usufructuada
por los beneficiarios directos, por lo que es imposible que quienes sustraen
recursos del Estado en beneficio propio, en paralelo promuevan políticas
consistentes de largo plazo. Solo se intenta disimular el saqueo con
desprolijas políticas de subsidios sectoriales y clientelares, buscando una
subyacente complicidad a través del “roban pero me dan”. El resultado es que a
costa del Estado, surgen castas de funcionarios, familiares y empresarios multimillonarios.
Lo que “parece” virtud cuando sobran recursos, mal empleados concluyen en
ruina. Maquiavelo no estaba equivocado.
Este es el problema que afrontan
Dilma Rousseff en su continuidad, y recibe Mauricio Macri con el nuevo gobierno
de Cambiemos: el fin de la “aparente virtud”. El espejo de Brasil, nos muestra
la fuerte imbricación entre poderosas empresas estatales (Petrobras), y
privadas (constructora Odebrecht), al igual que en nuestro país. Pero en
Brasil, es destacable que la rápida y eficaz actuación del juez Sergio Moro y
varios fiscales, no haya sido sometida a estrategias de desprestigio y presión
por parte del gobierno.
Para concluir cabe preguntarse: sería
justo y oportuno destituir a Dilma Rousseff? Los argentinos tenemos
antecedentes no muy lejanos para intentar una respuesta. La crisis del
2001-2002, se produjo con un gobierno de coalición, reflejada en la fórmula
presidencial: el presidente De la Rúa (UCR), y el vice Carlos Alvarez
(Frepaso). Alvarez renunció insólitamente en el 2000, a 10 meses de asumido. 14
meses más tarde, en diciembre del 2001, cayó De la Rúa. En enero del 2002 los
legisladores eligieron a Duhalde como presidente, como resultado de acuerdos
que incluyeron a radicales y frepasistas, muchos de los cuales más tarde se
sumaron al justicialismo kirchnerista (incluido Carlos Alvarez). Bajo este nuevo
paraguas “aliancista”, se realizó un default de deuda; fuerte devaluación e
incautación de depósitos privados, con una descontrolada desocupación. Acciones
que jamás se le hubiera permitido al legítimo gobierno de la Alianza.
Visto que en Brasil muchos opositores,
vicepresidente incluido, son tan responsables y corruptos como muchos oficialistas,
es dable suponer que la destitución de Dilma Rousseff solo buscaría legitimar
un fenomenal ajuste, similar al que sufrieron los argentinos en el 2002. Para
paliarlo, el mal menor para los brasileños consistiría en lograr acuerdos políticos
amplios para enfrentar la crisis, e instrumentarlos
bajo la presidencia de Dilma Rousseff, hasta el fin de su mandato. Dichos acuerdos
deberán mantener el envidiable grado de independencia exhibido por la justicia
brasileña para combatir la corrupción.
Buenos Aires, 27 de abril 2016