Para arribar a conclusiones acertadas respecto a la corrupción estatal-privada, los análisis debieran concentrarse en los acotados estamentos públicos, institucionales, empresariales y gremiales directa o indirectamente relacionados con el manejo de los recursos del Estado. Es la única forma de entender una trama delictiva con vértice en lo institucional, que alcanzó niveles de despojo económico y de complicidad sorprendentes por su extensión y diversidad. Previamente es necesario tener presente dos trampas comunicacionales: 1) enmascarar responsabilidades individuales tras porcentajes de supuestas adhesiones masivas a un partido y/o candidato; 2) transformar actos de índole penal en épicas políticas, para lograr la impunidad de los culpables y la sobrevivencia de las estructuras delictivas.
La táctica del enmascaramiento la ejemplifica la frase “la sociedad es tolerante con la corrupción, que no le mueve el amperímetro”. Pero lo importante es juzgar a los estamentos estatales de responsabilidad, que integran no más de 1.000 funcionarios entre poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y una estimación de 4.000 agentes con complicidades activas y pasivas (políticos, empresarios, gremialistas, testaferros, comunicadores), sobre una población total de 44 millones de habitantes. Por lo que en lugar de juzgar en abstracto a la sociedad, debiera priorizarse el mensaje que “a demasiados dirigentes que configuran las “células madre” del poder institucional, empresarial y gremial, la corrupción no les mueve el amperímetro”. En cuanto a la estrategia de encubrir delitos tras escenografías persecutorias o de épicas políticas para lograr la impunidad, existe un ejemplo ilustrativo: el ex presidente Carlos Menem, a 23 años de iniciada la causa por el contrabando de armas a Croacia y Ecuador, y tras dos condenas firmes, continúa siendo senador, con aval de la Corte Suprema de Justicia para ser candidato.
Explicitadas estas estrategias relacionadas con la propaganda política, es momento de plantear un interrogante más complejo y de directo impacto económico-social en la sociedad: cómo ha sido posible mantener esa trama delictiva eficaz aún subsistente durante más de una década, en el marco de un sistema democrático? Nuevamente debemos avizorar posibles instrumentos. Uno legal, a través de un sistema electoral que restringe el poder del voto ciudadano (reelecciones, ley de lemas, listas sábana, permanentes modificaciones oportunistas de las leyes), que favorecen las continuidades políticas. El otro la cobertura de partícipes pasivos, que sin actuar directamente en los circuitos de corrupción desde el punto de vista penal, desempeñan un rol igualmente necesario: dejar hacer, no ver, callar. Sus apetencias son satisfechas con cargos y prebendas públicas, muchas veces extensivas a familiares, Este grupo representa el silencio de los no inocentes.
Muchos de los reconocidos actores activos y pasivos participan en la actual etapa preelectoral de una danza alocada para acceder o mantener el usufructo de cargos públicos privilegiados (listas de candidatos), sin que en sus discursos la corrupción sea un límite. Les es más fácil simular debates genéricos y grandilocuentes basados en justicialismo kirchnerista o “racional”, radicalismo Pro o K, neoliberalismo, populismo, progresismo, y otros “ismos”, que plantear el combate a las cleptocracias, enriquecimientos ilícitos, latrocinios, peculados. Este ejercicio intenso de hipocresía que durará hasta el cierre de listas, incluye a modernos Savonarolas políticos, que oscilando entre la mística y la obsecuencia, pregonan públicamente que el líder malo de ayer, está mucho más bueno hoy. Tanto oportunismo explícito, genera a los líderes actuales el mismo problema que a los príncipes de ayer. Aconsejaba Maquiavelo respecto a los mercenarios: “No se pueden confiar en ellos si son hombres de mérito, porque aspirarán siempre a forjar su propia grandeza. Y mucho menos si no lo son, pues con seguridad llevarán al príncipe a la ruina”.
Lograr cambios profundos con los mismos dirigentes desde hace casi tres décadas no será fácil, pero un paso que los ciudadanos podemos intentar es desarmar sus falacias dialécticas. Un comienzo sería preguntarnos: porqué fue posible la causa llamada de los cuadernos? Cómo se intentará neutralizarla? Será un punto de inflexión?
Buenos Aires, 27 de febrero de 2019