Continuando con nuestro ejercicio de analizar a manera de una novela policial los sucesos de
corrupción estatal-privada, visibilizados como nunca antes por la opinión
pública, clarifiquemos una duda: los conceptos de “corrupción” y “mafia” son
similares?. La mafia nació en Sicilia, en busca de una organización eficaz que
respaldara diversas actividades criminales. Sus integrantes se autodenominaban “mafiosos”
(hombres de honor), y mantenían fuertes códigos de silencio. Sus comienzos fueron
conocidos por sangrientas peleas entre bandas, por el dominio de negocios
ilegales. Con el tiempo se expandieron a nivel mundial, sofisticando su
accionar y actividades, y sumando políticos, jueces, policías y empresarios a
sus estructuras delictivas. Lo que relaciona al término “Mafia” con el de “corrupción
estatal-privada”, es el principio de organización, donde nada es dejado
al azar. Debemos distinguir entre “actos corruptos” y “estado de corrupción”. Los
primeros resultan de un conflicto de intereses localizado, resuelto delictivamente.
Pero cuando se vuelven planificados, sistemáticos, ejecutados y/o avalados desde
el Estado, se ingresa en un “estado de corrupción”.
En una democracia, el armado de estructuras de complicidad estatal es más
complejo que en el campo del delito desembozado, que apela a la violencia
explícita como método de persuasión. Cuando hablamos de dineros públicos, que
son los más desprotegidos y fácilmente obtenibles, la planificación y
ejecución, para concretar el saqueo primero, y lograr impunidad luego, debe
estar en cabeza de altos funcionarios del Estado (ejecutivo, legislativo y
judicial). Empresarios y/o testaferros actúan como asociados. Una vez armada la
trama de complicidad, optimizado su funcionamiento, y definidos los códigos de
silencio ante situaciones críticas, no solo es imprescindible sostener la trama
en el tiempo, sino darle visos de legalidad. En este esquema, la aprobación o
ausencia de determinadas leyes es esencial. Por su parte, los empleados o
funcionarios públicos honestos que se rebelen, carecerán de toda apoyatura
gremial en su defensa.
El caso del ex Secretario de Obras Públicas José López, ocultando 9
millones de dólares en un convento, fue un “acto” individual, o mostró un
“estado” de corrupción? Debemos considerar dos aspectos: actores
intervinientes, y reiteración de hechos corruptos. Un contrato de obra pública
implica varias instancias administrativas ineludibles: proyecto, presupuesto,
análisis de ofertas, control de legalidad del trámite, adjudicación; garantías
de contrato, control de obra, pago de certificados, recepción de obra. Los
sobreprecios nacen de origen, sea en el presupuesto oficial o en la oferta
aceptada, pues la coima es de pago contado efectivo, antes del inicio de obra. Firmado
el contrato, pueden surgir nuevos negociados: disminución de la calidad de obra
pero no del precio; renegociación y aceptación de onerosos adicionales de obra,
y en un exceso de impunidad, pago de certificados por obra no ejecutada. Es imposible
que este circuito lo realice un “llanero solitario”, sea Ministro o Secretario;
es necesaria una estructura corrupta. Si a ello sumamos la reiteración de casos
de corrupción, y los manifiestos enriquecimientos ilícitos de funcionarios y
empresarios relacionados, resulta evidente que nos encontramos ante un “estado
de corrupción”.
En este esquema, cuando surgen denuncias de delitos, la Justicia interviene
para protegerlos, asegurando impunidad. El juez Rafecas mantuvo inactiva desde
el 2008 una denuncia contra José López por enriquecimiento ilícito. Los
legisladores por su parte, que no pueden ampararse hoy en que son una “escribanía”,
demoran ostensiblemente leyes que modifiquen la matriz de corrupción, como la ley
de fueros que los protegen por la comisión de delitos comunes; ley del
arrepentido; ley de incautación de bienes sospechados de corrupción contra el
Estado, y el incremento de penas por delitos contra la administración pública.
Todo ello, mientras recorren medios de comunicación como “libre pensadores”. Siempre
es útil que el legislador ejerza su derecho a opinar, en tanto y en cuanto lo
acompañe con su obligación de legislar.
Marina Walker, vicedirectora del consorcio internacional de periodistas
de investigación que sacó a la luz el caso “Panamá Papers”, en una entrevista
que le realizara Alconada Moon, señaló una obviedad que vale la pena resaltar: “toda
corrupción es primeramente local”.
Buenos Aires, 27 de julio de 2016