La propaganda política como la conocemos hoy es un
fenómeno que surge en la primera mitad del siglo XX, con reglas y técnicas vigentes,
direccionadas al manejo de la opinión pública entendida como masa. Para abarcar
el mayor espectro social posible, se utilizan mensajes/definiciones breves e
impactantes, primando lo emocional por sobre lo racional. Decir “Patria o
buitres” no deja lugar a opciones. Mejor aún si buitres se asocia con foráneo.
Asimilarlos con especies criollas, podría tener un peligroso efecto “boomerang”
para políticos y empresarios patriotas. Reflexionaremos entonces sobre la
puesta en escena de un nuevo concepto: golpe blando. En principio, suena
bastante bien.
El sustantivo “golpe” debe ser complementado: se
refiere a “golpe de Estado”, que implica la toma del poder político de manera
rápida y usualmente violenta. Ofrece dos versiones: de carácter militar, ignorando
la legitimidad constitucional, o llevado a cabo por sectores políticos internos
o externos de un gobierno, utilizando normas constitucionales. Son conocidos
como “golpes de palacio”. Hasta 1983 nuestro país sufrió solo golpes militares,
que cobijaban a los sectores civiles involucrados. Pero como en la actualidad son
impensables, más aún con un jefe de Ejército que proclamó su adhesión al
gobierno, deberíamos manejar la hipótesis de golpe de palacio. En tal sentido, “golpe
blando” sugiere intención, desgaste,
socavamiento. Pero “golpe duro” implica lisa y llanamente el reemplazo de un
gobierno legítimo previo al cumplimiento de su mandato.
Hubo un “golpe duro” a partir de 1983? Lamentablemente
sí; en diciembre de 2001. Cabe entonces analizar los factores que lo
posibilitaron, y si ellos se replican en la actualidad. Obviaremos situaciones de
crisis económicas, sociales y aptitudes de conducción como justificativo del “golpe
duro”, porque no solo estaríamos avalándolo, sino dejando de lado el
invalorable instrumento de los acuerdos legislativos inter partidarios para
afrontar estas crisis. Para ser más claro; en sociedades con verdadera cultura
democrática, estos acuerdos se deben plasmar antes de voltear a un gobierno
elegido en elecciones libres, y no después.
El gobierno de la Alianza conformada por la UCR y el
Frente Grande asumió el 10 de diciembre de 1999, tras 10 años de gobierno de
Carlos Menem. Las circunstancias económicas eran críticas, en especial en lo
referido a pagos de deuda externa. La convertibilidad profundizaba la crisis. El
entonces vicepresidente Carlos Alvarez, de la línea justicialista Frente
Grande, por razones nunca explicitadas renunció en octubre de 2000, a menos de
un año de gobierno. La mayoría de las provincias, en especial Buenos Aires,
Santa Fe y Córdoba, eran gobernadas también por justicialistas, quienes además
tenían mayoría legislativa. Carlos Ruckauf, gobernador de Buenos Aires, para
encubrir el enorme endeudamiento de su provincia durante el período Menem,
emitió moneda propia conocida como Patacón. La sociedad se manifestó a través
de los cacerolazos, que fueron masivos e impactantes, pero pacíficos y no
“destituyentes”. Pero Ruckauf, junto con pesados intendentes del conurbano,
dirigentes gremiales y Partido Justicialista, instigaron al caos. El resto es conocido.
El 20 de diciembre de 2001, con más de 30 muertos en diversas manifestaciones,
el presidente De la Rúa renunció a su cargo.
Tras una semana caótica en la que se sucedían
presidentes provisionales, se llegó a un “patriótico acuerdo” interpartidario. Se
designó para completar el período al justicialista Eduardo Duhalde, quien había
perdido las elecciones presidenciales tan solo dos años antes. La plana mayor
del Frente Grande ocupa hoy cargos de relevancia en el gobierno, incluído
Carlos “Chacho” Alvarez. Estas acciones responden a un “golpe duro”.
Como los actores de ese entonces son hoy oficialistas en
el mediano plazo, no existe ninguna posibilidad de repetir tan nefasta
experiencia. La presidente Cristina Kirchner, para tranquilidad de los argentinos
y normal funcionamiento de la democracia, concluirá su mandato en tiempo y
forma, salvo decisión personal en contrario. Sin embargo, el “golpe duro”
palaciego, debiera estar muy presente en la actual dirigencia personalista,
mediocre y pusilánime, para establecer estrategias electorales consistentes,
basadas en políticas transformadoras reales, y no solo declamadas. Caso
contrario, se repetirá un “golpe duro”. El poder es un néctar muy apetecible.