En momentos de “crisis o tormentas” es cuando se incrementan las bajezas políticas a través de falacias discursivas, como se denominan a las argumentaciones que intentan ser persuasivas pero falsas, o grandilocuencias que manifiestan total desprecio por los efectos que puedan causar al conjunto de la sociedad, y en especial, a los sectores más desprotegidos que dicen defender. En un sistema democrático el concepto “político” se asocia a quienes con respaldos partidarios de legitimación, son elegidos por el voto popular para ejercer roles públicos: presidente, vice, gobernadores y legisladores. Pero cuando una vez elegidos reniegan de esa legitimación para transformarse en “libres pensadores” (sería más correcto decir libres negociadores), fluctuando entre distintos grupos de pertenencia basados en sus propios intereses, surge naturalmente una crisis de representación e institucional. Que inevitablemente se expande a los grupos de poder y/o interés interrelacionados, que sin ser estrictamente “políticos”, son parte integrante de “la actividad política”: funcionarios, empresarios, sindicalistas, poder judicial, periodistas, y en la última década, artistas y rectores de universidades.
Es interesante analizar este contexto en relación a los medios de comunicación, que son esenciales para informar, aportar conocimiento y formar opinión. Pero también útiles para desinformar y/o coaccionar de ser necesario. Producto del desarrollo tecnológico potenciado por el crecimiento de las redes sociales, los mensajes dejaron de ser unidireccionales como antaño, para convertirse en un ida y vuelta que mezcla verdades con falsedades, moralinas con aprietes, e ideas con insultos. El ciudadano se ve sometido a un caos dialéctico que recuerda a Jorge Luis Borges cuando en “Utopía de un hombre que está cansado” expresaba: “Ya a nadie importan los hechos. Son meros puntos de partida para la imaginación y el razonamiento”.
Esta modernidad cuantitativa no debiera abrumarnos, sino remitirnos a principios básicos de análisis, que como tales, no difieren con los tiempos. Décadas atrás de nada valía presumir sabiduría exhibiendo una biblioteca repleta de libros, si no se los leía. El sistema democrático facilita este ejercicio, al cobijar una multiplicidad de vehículos informativos, que permiten comparar, poner en duda, verificar, detectar falsedades y/o contradicciones. No se debe ignorar que en la comunicación masiva confluyen dos condiciones no malas en sí mismas: el interés empresario y el político. En realidad, en toda opinión hay un interés, de orígenes diversos. Citemos a manera de ejemplo algunas hipótesis de trabajo, que podrán ser aceptadas, complementadas o reemplazadas por otras. Lo importante es considerarlas.
1.- Los “influyentes”. Supuestamente ajenos a la política, tales como periodistas, artistas o deportistas, sus opiniones son muy valoradas (y muchas veces cotizadas), en las estrategias de comunicación. El desafío es discernir si son auténticas, o basadas en contraprestaciones privilegiadas con recursos estatales (contratos gravosos, pautas desmesuradas, subsidios injustificados), en cuyo caso es habitual que la opinión se traduzca en fanatismo, basado en una de las reglas clásicas de la propaganda política, llamada de Exageración. Es el caso de quienes entremezclan negocios particulares con la Patria.
2.- Terminología. “Crisis” o el aggiornado “tormenta” se emplean ante una única causal: la economía. Los vicios institucionales, de corrupción o similares, solo provocan “reclamos”, que inclusive podrían ser utilizados hábilmente por corruptos para negociar impunidades, o instalar “todos somos ladrones”.
3.- Conocimiento personal. Durante milenios tuvo vigencia el concepto transmitido por Maquiavelo al príncipe: “Todos pueden ver, pero pocos tocar… Muy pocos saben lo que realmente eres”. La comunicación moderna transformó este principio. Más aún en nuestro país, ante la continuidad de los mismos políticos durante décadas. La única expectativa respecto a ellos reside en saber para qué cargo y bajo que sigla partidaria se presentarán en cada elección.
4.- Debates virtuales. A diferencia del periodismo de investigación serio, basado en información fehaciente y compleja, el de opinión puede generar infinitos debates sobre supuestos reales o ficticios, con fines distractivos, de testeo o instalación de mensajes y/o personajes. Marcelo Tinelli como potencial candidato a presidente es un ejemplo vigente. El único que no opina es Tinelli. Sin embargo un mínimo análisis de factibilidad política indicaría que su posibilidad presidencial es imposible.
Buenos Aires, 25 de julio 2018