Los ajustes del Estado siempre fueron
consecuencia de crisis en las cuentas públicas. Nunca para lograr una mejor
eficacia en su funcionamiento. Por el contrario, las crisis nacen de
burocracias insostenibles, prebendas públicas y privadas, y como natural
consecuencia, recursos del Estado saqueados por la corrupción. No es complejo
entenderlo. Imaginemos que un playboy mantenido, autoproclamado neoliberal o
populista, se quedara sin dinero para derrochar.
Nuestro país sufrió ajustes
recurrentes y políticas fluctuantes en los últimos 57 años, si tomamos como
punto de partida la recordada frase que para capear una nueva crisis,
pronunciara el Ministro de Economía Álvaro Alsogaray en 1959: “Hay que pasar el
invierno”. En la actualidad, la necesidad de un “ajuste” es planteada directa o
indirectamente incluso por quienes lo critican. Conceptos cómo déficit fiscal,
crecimiento de deuda externa e interna, y alta presión impositiva con alta
evasión, no pueden coexistir en el tiempo. Pero es verdad que la historia
indica que los derroches y posteriores ajustes los absorben los sectores medios
(por captación de sus recursos), y los más vulnerables (por pobreza y
marginalidad). Ello no debiera sorprender, dado que los ajustes los realizan
quienes sectorialmente provocaron los desajustes, en cabeza de la genéricamente
llamada “política”. Cómo lograr entonces un inédito ajuste virtuoso? Inicialmente
clarificando conceptos.
Es habitual suponer que al hablar
de cuentas públicas, el ajuste lo debe realizar exclusivamente el Estado, al
que se lo asimila básicamente con el poder ejecutivo a través de la administración
central y empresas públicas; obviando que también lo integran los poderes
legislativo y judicial. Por otra parte, del balance presupuestario público participan
indirecta o directamente las estructuras empresariales y gremiales. En estas
instancias, los voceros de estos diversos sectores públicos y privados, practican
el fenómeno psicológico de la doble personalidad, al que deberá prestársele
atención para no ser nuevamente engañados tras las grandilocuencias discursivas.
Consiste en un comportamiento humano por el cual la personalidad que predomina públicamente
en una persona intenta ser racional y bien organizada invocando derechos y
virtudes, mientras que la más oscura pretende mantener prebendas e inequidades,
y está tan bien oculta que se vuelve invisible. Sus intereses se encubren tras
la “defensa de los más necesitados”. Los subsidios injustificados a
emprendimientos supuestamente privados que enriquecen a los funcionarios,
empresarios y sindicalistas involucrados, por ejemplo, se los disfraza con la
bienintencionada “creación y/o defensa de puestos de trabajo”. Fuentes
laborales que concluido el maná del dinero público sin aportes privados de
riesgo genuinos, concluyen con trabajadores en la calle y responsables de las
maniobras enriquecidos. Para que nada cambie, sus beneficiarios nuevamente intentarán
confundir derechos adquiridos con prebendas injustificadas, autonomías
operativas con autonomías financieras, y obligaciones laborales ficticias o
inequitativas con derechos.
Por impericia o malicia, los
ajustes se anuncian con objetivos cuantitativos “macro” (cantidad de personas,
organismos, presupuestos). Pero por el filtro cualitativo “micro”, pasan sin
costo las corporaciones políticas, empresarias y sindicales responsables. Una
vez recompuesta la caja presupuestaria, el “playboy” del ejemplo retomará el
derroche de los recursos públicos hasta la próxima crisis. Un cercano ejemplo
de este esquema recurrente fue la resolución político-económica de la crisis
2001-2002, en donde la mala praxis no se redujo a los que se fueron en el
helicóptero, sino incluyó a los que se quedaron en tierra. Los que no
sobrevivieron tras la justificada reacción popular, fueron los partidos
políticos. Considerando que la mayoría de los actores de entonces tienen
vigencia hoy, lo comentaremos en la próxima opinión, por su utilidad ante el
debate que se avecina.
Maquiavelo describió con
precisión la relación entre la supuesta prodigalidad con los súbditos y las riquezas
de quienes gobiernan: “Sucederá siempre
que un príncipe que quiere conseguir fama de pródigo consumirá en tales obras
todas sus riquezas, y se verá obligado si desea conservar su reputación, a
imponer excesivos tributos, a ser riguroso en el cobro y hacer todas las cosas
que hay que hacer para procurarse dinero”.
Buenos Aires, 27 de septiembre
2017