Transcurrido el primer año de
gobierno nacional de la coalición Cambiemos, y de ejecutivos provinciales y
municipales que tuvieron renovaciones generacionales en unos casos, o ratificaciones
de conducciones casi feudales en otros, es oportuno reflexionar sobre transformaciones
necesarias para que no se reiteren políticas pendulares recurrentes, que
catalogadas como neoliberales o populistas, arrojaron un único resultado: políticos
y empresarios enriquecidos, con población empobrecida. Los extremos del péndulo
se repiten desde hace décadas. Se adoptan decisiones meramente recaudatorias y/o
confiscatorias ante emergencias económicas terminales, para que años más tarde,
los mismos actores retomen un festival de gastos públicos irresponsables y
corruptos. Sirvan de ejemplo las privatizaciones y reestatizaciones de YPF,
Aerolíneas y sistema jubilatorio.
Se entiende como lenguaje
político los mensajes propalados a través de diversos medios de comunicación en
busca de adhesión, presentando a la opinión como si fuera información. Con el
surgimiento de los regímenes totalitarios del siglo XX, y el simultáneo
desarrollo tecnológico que permitió comunicar masivamente a grandes distancias,
surgieron las reglas de propaganda política hoy vigentes, direccionadas a lo
emocional antes que a lo racional. La posterior aparición de Internet y redes
sociales, si bien expandieron el fenómeno, no modificó la esencia de las reglas
originales. Por lo tanto, informarnos requiere el mismo esfuerzo que afrontábamos
en las clásicas bibliotecas: buscar las fuentes relacionadas con el tema en
cuestión, procesar datos y formar nuestra
opinión.
Pero esta evolución comunicacional
produjo una consecuencia en los actores políticos aún no debidamente mensurada.
Se manifiesta principalmente en el sector legislativo, por su responsabilidad
primaria de establecer leyes y normativas de los temas en debate (controles
públicos, sanciones administrativas y penales, minoridad, leyes sociales, etc.).
Mientras los ciudadanos incrementaron sus niveles de interacción y espíritu
crítico, los legisladores, obligados a tener presencia activa en redes sociales
y como panelistas en programas de opinión, desnudan preocupantes contradicciones, desconocimientos y
oportunismos. Se mantienen en el esquema de opinar, pero no de informar y/o
formar.
Ejemplifiquemos con un tema de
actualidad: la baja de imputabilidad de menores de 16 a 14 años. La legisladora
“Doña Margarita” twitea que se opone, y el legislador “Don Raúl” que aprueba. Pero
ninguno de ellos nos expresa cuáles son sus propuestas y las de sus bloques al
respecto; cuándo las presentarán, y si atenderán integralmente la problemática,
o serán parches acordes sucedan los hechos y repercutan en la sociedad. Aún con
su limitación de caracteres y espacios, las propias redes sociales permiten
brindar información. Solo se debe incluir el “link” que una vez abierto, permita
conocer en detalle sus propuestas y proyectos de ley.
Paralelamente, este contexto
digital brinda al ciudadano común una herramienta aún no usufructuada de modo
adecuado. Consiste en no limitarnos a mantener el rol de usuarios pasivos
característico de los medios clásicos (lector, oyente, espectador), pulsando
“me gusta / no me gusta” o “seguir”, sino transformarnos en actores activos,
exigiendo al legislador o funcionario propalador de mensajes sintéticos, respuesta
a nuestros pedidos de información. Deberá ser una tarea persistente, porque
políticos, empresarios y gremialistas no están preparados para responder, sino
para convencer unilateralmente a receptores masivos, en base a frases hechas,
verdades a medias o incomprobables. En la próxima opinión analizaremos algunos
ejemplos de actualidad con frases o conceptos altisonantes que se viralizan, pero
que nada aportan en la búsqueda de la verdad, o peor aún, la ocultan.
Buenos Aires, 25 de enero de 2017