La reciente expropiación de la empresa
gráfica ex Ciccone generó que tanto políticos oficialistas como supuestos
opositores presentaran la ley aprobada como “un acto de soberanía”. Como éste
concepto fuera utilizado en los casos de Aerolíneas Argentinas y Repsol-YPF,
entre otros, queda la duda sobre si los legisladores carecen de adecuada
formación intelectual, o bien intentan disimular decisiones concretas de
impacto económico pasados y futuros con grandilocuencias verbales falsas. Ambas
hipótesis son inaceptables, por lo que es momento de realizar una reflexión al
respecto.
El concepto de “soberanía” contemporáneo surgió
para fundamentar el surgimiento de nuevos estados nacionales en la Europa del siglo XVI, en
donde predominaban las monarquías y el derecho divino y/o hereditario como
legitimación de liderazgos, entendiéndose como tal al derecho de los pueblos de
elegir a sus gobernantes, establecer sus leyes y mantener sus territorios. En un
sistema republicano el soberano es la colectividad o pueblo, que traslada sus
derechos a favor de la autoridad elegida a través del voto popular, con
sistemas electivos que garanticen las decisiones de las mayorías. Los
representantes del pueblo una vez instalados como “autoridad”, generan “actos políticos”, los que también deben ser
homologados por una mayoría, en este caso parlamentaria. Este concepto de
Perogrullo cobra especial relevancia en nuestro país, cuando es la misma clase
política que festeja como un acto de soberanía la implementación de políticas
totalmente opuestas a las que los mismos políticos avalaron tiempo atrás. La
rimbombante frase “acto de soberanía” debería tener su correlato opuesto en
“pérdida de soberanía” como resultado de una traición, que en el ámbito del
derecho y en el campo político es un delito que se comete cuando se atenta gravemente
contra la seguridad de la nación. En tal sentido, sería materia de debate
establecer, por ejemplo, si la privatización del petróleo argentino puede
considerarse una traición, así como su expropiación reciente se consideró un
acto de soberanía. El hecho concreto es que en la actualidad el ex presidente
Carlos Menem, que promovió la privatización, y los legisladores que la
aprobaron, no sufrieron ningún tipo de sanciones. Por el contrario, la mayoría
de ellos ocupan en la actualidad cargos relevantes en la administración
pública.
Corrido el velo de la grandilocuencia de tono
marketinero, y cumplidos los requisitos de delegación republicana del poder;
organización jurídica y preservación del territorio, incursionemos en la enorme
trascendencia que para un país tienen determinados actos políticos. La
implementación de instrumentos legales y administrativos para promover
políticas, indefectiblemente admite alternativas que comprenden múltiples
estrategias de interacción entre sectores públicos y privados. El Estado posee
lo que jamás poseerá el privado: la capacidad de dictar leyes y decidir políticas
públicas de cumplimiento obligatorio. Si el privado avanza en éste campo, es
por claudicación del funcionario público, generalmente asociada a la
corrupción. El burócrata, por su parte, envidia la escenografía del empresario
y añora sustituirlo y usufructuar sus bienes, sin poner en riesgo capital propio
y careciendo por sí mismo de la creatividad del emprendedor. Minimizar riesgos
y lograr ganancias fáciles también es un deseo de muchos empresarios, para lo
cual conforman “fructíferas asociaciones” con funcionarios en detrimento de los
fondos públicos. La ex empresa Ciccone Calcográfica es un excelente ejemplo de
este tipo de asociaciones. Como el negociado fracasó parcialmente, varios
legisladores tuvieron un ataque de “soberanía” al expropiarla, bastardeando el
sentido de la palabra.
En estas circunstancias hasta se puede ser
condescendiente con los legisladores oficialistas, considerando que existe un
sistema electoral que mantiene férreamente las llamadas listas sábana para ser elegidos,
y que acceder a ellas depende del gran elector, ya sea la presidente en el
oficialismo, o de los pequeños grupúsculos que recurrentemente se autoeligen
como candidatos a legisladores en las distintas versiones de las supuestas
oposiciones, para solo entonces, depender todos ellos de los votos que obtengan
en la elección general. Sin embargo la responsabilidad de las oposiciones es
mayor a la del oficialismo, porque como tales tienen la fundamental obligación
de legislar alternativas, controlar los actos públicos del Ejecutivo, e
informar a la ciudadanía el resultado de tales controles. Sus desempeños los
hará eventualmente acreedores a ser considerados por la ciudadanía como futura
opción de gobierno. Lamentablemente nuestra realidad política indica que no
existe oposición, dado que sus referentes, conscientes de sus limitaciones, ni
siquiera pretenden ser opción de gobierno, sino solo mantener sus privilegiados
cargos legislativos el mayor tiempo posible. Por ello no plantean que aún no se
cerró la expropiación de Aerolíneas Argentinas, desconociéndose el monto indemnizatorio
que recaerá en los próximos presupuestos y gestiones de gobierno. Del mismo
modo se ignoran montos indemnizatorios y cronograma de inversiones con su flujo
de egresos-ingresos de YPF. Y en el caso más reciente, no se tiene la mínima
idea del costo de la expropiación de la ex imprenta Ciccone, y menos aún se
explica porque es un acto de soberanía expropiarla cuando existe la Casa de la Moneda para tal función.
Tengamos presentes una obviedad: el primer
acto de soberanía económica y política es minimizar los actos de corrupción que
asocia a funcionarios públicos con empresarios privados, ya sea nacionales o extranjeros, en detrimento del
presupuesto público, con sus consecuencias en el desarrollo social, y muchas
veces a costa de la vida de ciudadanos inocentes, como sucediera recientemente
en la tragedia ferroviaria de la estación Once.