miércoles, 19 de diciembre de 2012

ENTRE EL CINISMO Y LA HIPOCRESÍA


Desde que Sócrates identificó a la justicia como la más alta de las virtudes, se debate si es valorada por sí misma, o solo para mantener las apariencias sociales de probidad. Esta dualidad quedó reflejada en los diálogos que Platón mantuvo con Glaucón, transcriptos en su obra “La República”, escrita hace más de 2.500 años, y que mantienen plena vigencia. Entre estos extremos de virtud y apariencia oscila la hipocresía, representada por políticos que permanentemente claman por una justicia independiente solo para salvar las apariencias, y el cinismo ejercido por quienes legitiman la corrupción como modo de vida. Esta última actitud tiene una traducción criolla: “Roban pero hacen”.

Esta ambivalencia, que lamentablemente nuestro sistema democrático aún no pudo superar, gracias al Grupo Clarín acaba de estallar. Como primera observación debemos señalar que no es casual que el tema del acalorado debate sea estrictamente político-económico, y no relativo al saqueo de las arcas del Estado; o a las vidas sacrificadas como resultado de coimas entre empresarios y funcionarios públicos; o por el crecimiento del narcotráfico con cobertura política, o ante la trata de mujeres para abastecer prostíbulos clandestinos protegidos en las respectivas jurisdicciones por el poder político. A lo sumo, algunos ciudadanos afectados por estas corruptelas tendrán la gracia de ser recibidos por altas autoridades de gobierno, quienes comprometerán un “amplio apoyo para que se haga justicia”. Se distribuirán entre los medios de comunicación información del encuentro, y asunto terminado.

En el caso de la sra. Trimarco, madre de la desaparecida Marita Verón, sería una necedad discutir la validez del fallo del tribunal de Tucumán, que exculpó a la totalidad de los acusados, sin tener la adecuada formación jurídica y sin conocer el expediente. Pero sí se puede opinar con firmeza sobre dos realidades. En primer término, que es escandaloso que el juicio se halla llevado a cabo a diez años de la desaparición de Marita, lo que de por sí muestra el intento de impunidad. La segunda realidad será dolorosa para la sra. Trimarco: pasado el cimbronazo político (repito: político, no humano), los prostíbulos clandestinos seguirán gozando de buena salud.

El caso Clarín desnudó en solo quince días cinismos e hipocresías. Los dictámenes de la Corte Suprema, de los integrantes de la Sala I en lo Civil y Comercial Federal Francisco de las Carreras y María Susana Najurieta, y recientemente del juez de dicho fuero Horacio Alfonso, respecto a la constitucionalidad del artículo de desinversión establecido en la Ley de Medios, provocó un cruce de agravios, descalificaciones y menoscabos ante los sucesivos dictámenes, intercambiados entre funcionarios de un gobierno ora revolucionario, ora autoritario, bajo el eslogan de su lucha contra los “monopolios”, y sectores políticos y sociales ora defensores de la independencia judicial y ora defensores de la libertad de expresión,  según los fallos se ajustaran o no a las pretensiones de las partes. No es objeto de esta reflexión opinar sobre razones y derechos en litigio, sino señalar una circunstancia mucho más grave: la situación del poder judicial llegó a un límite de legitimidad insostenible.

Hasta hace pocos días oficialistas y opositores coincidían en que uno de los logros de la actual gestión de gobierno era la conformación de una Corte Suprema prestigiosa. El caso Clarín arrasó con esta creencia. Uno de los portavoces del gobierno, el comentarista deportivo devenido en analista político Víctor Hugo Morales, con total desenfado señaló a los jueces supremos Lorenzetti y Maqueda, como responsables de una avanzada contra los intereses del gobierno. El juez Alfonso puede pasar de ser intrascendente, independiente o afín al gobierno en cuestión de horas. Un Jefe de Gabinete puede denominar públicamente “Cámara de mierda” a la que no falló de acuerdo a sus expectativas. Entrando ya al campo de lo fellinesco (sin la calidad de las películas de Fellini), los supuestos opositores vivan a los “independientes” y denostan a los “oficialistas”. Lo insólito es que este enfervorizado debate sobre la justicia se produce en el fuero Civil y Comercial federal, y no en el recurrentemente ineficaz fuero Penal federal, que entiende en las causas de defraudación contra el Estado y enriquecimiento ilícitos de funcionarios, responsable en gran medida del continuo desprestigio de la justicia argentina. Basta con citar un ejemplo: los jueces Oyarbide, Servini de Cubría, Bonadío y Canicoba Corral, acusados hasta el hartazgo por sectores políticos de ser funcionales al menemismo en la época del “neoliberalismo”, son sostenidos firmemente por los mismos críticos de otrora, reconvertidos hoy en “progresistas”. Es incoherente? De ningún modo; la política de impunidad en los delitos contra el Estado se mantiene invariable a lo largo del tiempo. Las lista de casos, aún siendo sintética, agobia: IBM-Banco Nación; IBM-DGI; contrabando de armas a Ecuador y Croacia; coimas pagadas a funcionarios por la empresa sueca Skanska; venta de la empresa Tandanor; dádivas al funcionario Ricardo Jaime; sobornos en la construcción de la presa Yacyretá; coimas pagadas por la empresa Siemens para confeccionar los DNI; defraudación de fondos públicos por la fundación Sueños Compartidos; pérdidas de vidas en estación Once producto de severos incumplimientos contractuales y distribución de coimas; negociado entre privados y el Estado a través de la ex Ciccone Calcográfica, estando involucrado el vicepresidente Boudou y un grupo de amigos; dádivas a la ex Ministra de Economía Felisa Miceli; falseamiento de drogas y sobrefacturaciones en obras sociales gremiales. Todos estos casos, y muchos otros, no merecieron enfervorizados debates, acusaciones de juicios políticos, ni amenazas de “democratizar” la justicia, ante la vergonzosa actuación de los funcionarios judiciales actuantes.

Es cierto que el debate irracional de hoy se centra en el ataque indisimulado a un fuerte grupo económico, que cabe aclarar, no es una condición que configure ningún delito por sí mismo. Cuál es la diferencia entonces entre los casos de corrupción mencionados anteriormente, en los que también intervinieron fuertes grupos económicos? Sencillamente en que existían acuerdos de beneficios mutuos entre dichos grupos y los funcionarios, y las dádivas otorgadas surgían de sobrecostos y ganancias desmedidas que los contratistas del Estado retornaban a los funcionarios. El acuerdo entre las partes no era difícil: los fondos salían y saldrán de los bolsillos de los ciudadanos, o sea, del presupuesto público.

Es hora de autocríticas: la justicia no supo proteger su independencia e integridad, ni juzgar a sus pares corruptos. Posiblemente tampoco nosotros los ciudadanos actuamos según declamamos; cuando salimos en masa a protestar contra la corrupción, o bien no tenemos en claro en que nos afecta realmente, o bien nos agotamos en el mero reclamo socialmente correcto.

Gracias al Grupo Clarín, el cinismo y la hipocresía alcanzó su máxima exposición.