En el análisis de la matriz de impunidad que protege invariablemente a la corrupción de los funcionarios del Estado y sectores privados asociados, cuyo último ejemplo lo constituyó la tragedia de la línea Sarmiento en la estación ferroviaria de Once con 51 víctimas fatales, es momento de incursionar en el rol que cumplen los medios de comunicación al dar a conocer a la comunidad los hechos delictivos de funcionarios públicos, atento a que son la casi excluyente fuente de información ante la ausencia de un poder legislativo que cumpla con sus funciones de control de las acciones del Estado, y un poder judicial dedicado a brindar cobertura a los actos de corrupción con los consecuentes enriquecimiento ilícitos de los involucrados.
Previamente, recordemos que a 30 días de la tragedia, el caso de Once está siguiendo el curso de acción judicial y político habitual en las impunidades: el juez Bonadío mantiene en reserva al expediente sin dar vista siquiera al fiscal; están actuando peritos designados por el juez que informarán que la culpa fue del maquinista, sin que exista contraparte por parte de los familiares de las víctimas; el Gobierno puso al frente de la Secretaría de Transporte a un abogado en lugar del renunciante ingeniero agrónomo, indicativo de que el conocimiento de una actividad compleja como la del transporte no es lo que importa; y se prorrogaron todos los plazos que públicamente la Presidenta planteó como ineludibles: informe de los peritos; intervención en TBA y decisión respecto de la concesión entregada al grupo Cirigliano.
Retomando el rol de los medios de comunicación, es necesario recordar que como tales son empresas que subsisten en función de una rentabilidad, y responden a determinadas líneas de pensamiento o políticas, y en su extremo, a posturas militantes. Todos ellos necesitan sustento económico para subsistir, ya sea de origen público y/o privado. Se aclara esta obviedad para no utilizar la existencia de lógicos intereses de los distintos medios de comunicación (buenos o malos), para combatir la libertad de expresión en aras del pensamiento único poseedor de “la verdad”. Lo importante para una sociedad democrática es que coexistan distintas expresiones, como por ejemplo el programa televisivo “6,7,8”, y los periódicos “Página 12”, “La Nación” y “Clarín”, para mencionar a oficialistas o críticos del poder político. La necesidad de los medios de contar con un número importante de clientes o seguidores (concepto de comunicación de masas), exige formular algunas observaciones en cuanto al manejo de la información en los casos de corrupción en el Estado, obtenida en general por fuentes variadas y confidenciales. Se suma a lo expuesto que ante la certeza de que las corrupciones no serán castigadas judicialmente y que la noticia necesita “impacto”, se instala la noticia en base a personajes emblemáticos, antes que en una racional secuencia cronológica del hecho delictivo, lo que es aprovechado por las partes interesadas para lograr que el caso se diluya hasta el próximo escándalo, y así sucesivamente. Citemos dos ejemplos recientes: la defraudación de fondos públicos de la Fundación Sueños Compartidos, conocido como “caso Schocklender”, y el levantamiento de la quiebra de la ex Ciccone Calcográfica, conocido como “caso Boudou”.
En mayo de 2011 se tomó conocimiento público de la defraudación de parte de los 180 millones de dólares otorgados por el Estado nacional a la Fundación Sueños Compartidos que encabeza Hebe de Bonafini, y que gerenciara Sergio Schocklender. No fue casual que de inmediato se iniciara el proceso de impunidad con el pícaro eslogan “a las madres de Plaza de Mayo no se las toca”, como si las pobres madres que perdieron a sus hijos en la dictadura fuesen además responsables de defraudaciones. Nadie duda que la sra. Bonafini carece del conocimiento y formación necesaria para manejar una empresa constructora, con un volumen de ingresos que tienen pocas empresas nacionales. La responsabilidad de la sra. de Bonafini, que no es judiciable, es haber mezclado derechos humanos con adhesiones políticas irrestrictas en base a aportes de dineros públicos. Punto y aparte. Sergio Schocklender por su parte, es un emergente que aprovechó el total descontrol de los fondos. Quienes deberían estar en el foco inicial de las sospechas y consecuentemente de las investigaciones son el Secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda, arqto. Bontempo, y Subsecretarío de Obras Públicas ing. Fatala, responsables del otorgamiento del dinero, seguimiento de su aplicación y control de las rendiciones, lo que debería constar en un expediente único y cronológicamente ordenado, con informes de varias instancias de control. Cuando manifiestan que “delegaron” esta responsabilidad en otras jurisdicciones, es falso: sus responsabilidades como otorgantes de los fondos públicos son indelegables. Esto explica porque el juez Oyarbide se dedica con exclusividad a Schocklender, mas allá de que el caso concluya sin castigos, dado que lo que sí conoce muy bien Schoklender es la ruta y distribución del dinero. Por lo tanto lo que la ciudadanía intuye es correcto: caso cerrado.
Respecto al caso Ciccone Calcográfica el ardit se repite: el apellido “impacto” es el del vicepresidente Boudou, obviando un agravante: la Presidenta no puede decir “qué vicepresidente me pusiste Néstor”. Es lógico suponer que el Caso Ciccone implica una serie de influencias políticas que incluyan a Boudou, pero al igual que en la Fundación de Bonafini con Schocklender, Boudou no es el fondo de la cuestión. En este caso las investigaciones deben comenzar por el origen del problema, que es el expediente judicial por el que el juez en lo Comercial Javier Cosentino decretó en el 2010 la quiebra a solicitud de la AFIP, y pocos meses mas tarde, el 24 de septiembre del mismo año de la quiebra, decidió el levantamiento de la misma. Las criticadas gestiones de la AFIP para otorgarle un excepcional financiamiento de la deuda a Ciccone Calcogáfica (convertida en una nueva empresa), y la nota del en ese entonces ministro de Economía Boudou apoyando esta excepcionalidad, son posteriores al levantamiento de la quiebra. La gran pregunta a responder entonces es: porqué y con qué elementos levantó el juez Cosentino la quiebra?
Ambos casos siguen la misma matriz: se utilizan meses de investigación en búsqueda de documentos que deberían estar contenidos en un único expediente (de Obras Públicas en un caso y judicial en el otro), y se centra el foco de atención en dos personajes secundarios: Schoklender y Boudou. Ambos casos también presentan a futuro el mismo interrogante: mantendrá pese a todo el grupo Cirigliano la concesión de transportes ferroviarios? Justificará pese a todo Ciccone Calcográfica su nueva existencia en base a contrataciones con el Estado? La matriz de impunidad vigente desde hace décadas indicaría que sí.
El que más claramente se manifestó respecto al futuro del caso Ciccone fue el Jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina. Señaló que habrá mucho ruido pero terminará como con los sobreseimientos de Skanska. Debemos compartir su intuición. Podría haber agregado también las coimas IBM-Banco Nación; contrabando de armas a Croacia y Ecuador; enriquecimiento ilícito del anterior Secretario de Transporte Jaime; sobornos en el Senado……