Recientes discursos de clérigos como Lugones y Radrizzani, entrecruzando aspectos espirituales, materiales y políticos, merecen una breve reflexión preliminar que evite asociar sin más sus opiniones con las de la Iglesia, o más absurdo, con las del Papa. “Iglesia” proviene del vocablo griego que significa “asamblea”, pues la conforma un conjunto de personas que profesan la religión basada en las enseñanzas de Jesucristo. Entre las mismas se destaca “dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, separando lo espiritual de lo material. Lo espiritual, la fe, fue lo que permitió a sus seguidores soportar sacrificios, persecuciones y martirios, posibilitando la supervivencia y consolidación del cristianismo. Transitada esta etapa y lentamente, se construyeron los templos y organizaron las jerarquías eclesiásticas, conformando un todo genéricamente llamado Iglesia. Con el devenir histórico, a lo que “es de Dios” se le incorporó también lo que “es del César”, desarrollando un poder e influencia política llamado clericalismo, basado en que el clero debe intervenir en temas políticos y profanos a fin de orientar actos de gobierno conforme postulados religiosos.
Es así como a lo largo de la historia la “Iglesia” cumple roles espirituales y políticos, con variado éxito según épocas y actores. Maquiavelo por ejemplo, padre de la ciencia política moderna, elaboró su doctrina en una Italia fragmentada en Estados gobernados por aristócratas, que comprendía a Venecia, Milán, Pisa, Florencia, Nápoles… y el Vaticano. También sufrió ataques a su esencia doctrinaria y espiritual. El marxismo identifica a las religiones como órganos burgueses llamados a defender la explotación de la clase obrera. Esta interrelación entre roles espirituales y materiales, le permitió desarrollar una sutil capacidad universalmente reconocida: la diplomacia.
Sirva esta breve reseña para reconocer a los clérigos su derecho a opinar no solo sobre lo espiritual y las enseñanzas de Cristo, sino también sobre los más ásperos temas materiales y políticos, en cuyo caso puede unir, proteger, pacificar, como también separar, confrontar, guerrear, e incluso cometer actos inmorales, situándose en un mismo plano con vulgares pecadores. En nuestro país el clero cobijó posturas institucionales disímiles, con posiciones firmes o complacientes según las coyunturas políticas (gobiernos constitucionales, dictaduras, conflictos diplomáticos, guerras), pero en el marco de su reconocida diplomacia. Por ello asombra que personajes intrascendentes como Gustavo Vera o Juan Grabois, diversos políticos oportunistas generadores de pobreza o gremialistas acumuladores de poder, fortunas inexplicables y patoterismos explícitos, se adjudiquen el privilegio de interpretar el pensamiento de la Iglesia y del Papa. La sutil diplomacia vaticana aconseja no entrar en el terreno de los desmentidos? Puede ser, y hasta es razonable. Pero distinto es cuando frente a la Basílica de Luján el arzobispo Agustín Radrizzani se presta concientemente a una escenografía de coacción al poder político y judicial, ofrendando una misa en cuyas primeras filas como príncipes medioevales, se ubicaron responsables activos o pasivos de una desaforada corrupción y de la pobreza de vastos sectores populares. Resulta sospechoso además, que en su homilía clamando por “pan, paz y trabajo”, Radrizzani haya omitido consolidar esta invocación recordando un mandamiento clave para políticos y gremialistas: “No robarás”.
La inconsistencia del mitin político-religioso en Luján tardó pocos días en quedar al descubierto. Los rostros de circunspectos feligreses que exhibían justicialistas polivalentes próximos al kirchnerismo y eternos gremialistas con perfiles de derecha, sin presencia de la izquierda combativa, transmutaron tan solo cuatro días más tarde en un justicialismo kirchnerista asociado ahora sí a grupos de choque de la izquierda combativa, para producir violentos desmanes en proximidades del Congreso a fin de evitar que se tratara el presupuesto nacional. Esta manifiesta dicotomía genera recuerdos preocupantes, por lo que sería oportuno recurrir a viejas bibliografías que nos ilustren acerca de los actores y contextos del duro período político 1973-1975, inicialmente con Perón vivo, para no repetir los mismos errores.
En relación a dicho período existen hoy dos agravantes Desde entonces el país tuvo una pobre evolución, y los conflictos actuales no son solo ideológicos como entonces, sino también para mantener patrimonios ilícitos e impunidad de muchos de sus promotores.
Buenos Aires, 31 de octubre 2018