La artimaña consiste en actuar en
forma maliciosa para engañar y conseguir un fin determinado. Concepto aplicable
al poder judicial en las causas de corrupción estatal-privada, cuyos efectos
entre otros, fue el de cerrar diciembre del 2015 con 29% de pobres. Los
camaristas Ballestero y Farah, al cambiar la carátula de la causa Cristóbal
López/Oil Combustibles, transformando el delito de defraudación al Estado en
simple evasión, aportaron el último ejemplo. Que sirve para reflexionar si
realmente el poder judicial está evolucionando, o entreteniendo a la sociedad con
fuegos de artificio. Analizarlo implica partir de ciertos supuestos.
El imprevisto triunfo electoral
de Cambiemos, al sustituir a un partido que gobernó a la Nación y provincia de
Buenos Aires durante catorce años ininterrumpidos, si bien provocó un
cimbronazo político que afectó tramas de impunidad sólidamente instaladas,
estas intentan permanecer. Mantienen vigencia muchos políticos, jueces, empresarios
y sindicalistas que fueron partícipes necesarios del saqueo. La degradación
judicial no puede independizarse de su asociación con otros sectores de poder,
enhebrada a través de nepotismos y amiguismos, que bien describiera el
periodista Carlos Pagni en sus columnas de La Nación. Este “sembrado” de
complicidades es necesario porque los poderes del Estado no son independientes como se declama, sino interdependientes,
pues deben controlarse mutuamente. El órgano constitucional Consejo de la
Magistratura por ejemplo, que se encarga de la selección y remoción de
magistrados, es burocráticamente costoso y sospechosamente inoperante.
El caso Cristóbal López/Oil
Combustibles, si bien impacta por su volumen de deuda y relación con el
matrimonio Kirchner, replica una mecánica de saqueo seguida con otras empresas,
como el Correo OCA y el grupo de medios Spolzki/Garfunkel, entre otras. La
mecánica consta de dos etapas: 1) la inicial, con el armado de grupos
empresariales sobredimensionados sostenidos con dinero estatal, cuyas
“ganancias” inexistentes se comparten entre empresarios y funcionarios cómplices.
2) la de crisis o quiebra una vez concluido el flujo estatal, que consiste en
enmascarar el vaciamiento y diluir responsabilidades a través de falsos adquirentes
y/o inversores sin solvencia económica, como Martínez Rojas con el grupo
Spolzki/Garfunkel, o Rosner y De la Torre con Oil Combustibles/Indalo. De tal
modo el Estado no solo no recupera lo que se le robó, sino bajo la argucia de cuidar
“puestos de trabajo”, se le exige mantener estructuras empresariales insustentables. Este
circuito necesita de otros dos partícipes necesarios: funcionarios de la AFIP y
sindicalistas. Los primeros consienten la defraudación. Los sindicalistas omiten
cumplir con su obligación de controlar el depósito de los aportes patronales de
sus afiliados.
En la etapa terminal de crisis,
licuados los aportes estatales y ocultados los patrimonios particulares, entran
en acción los “Ballesteros y Farahs”, que nos recuerdan que en el Poder
Judicial nada cambió.
La supuesta aceleración de la
dinámica judicial federal fue forzada por los recordados videos con el ex
secretario de Obras Públicas José López arrojando un bolso con nueve millones
de dólares en un convento, y días después, el grupo Báez contando millones de
dólares arrastrados en bolsos. Hechos que obligaron a jueces y fiscales iniciar
el juego de artificio, consistente en retomar denuncias o causas adormecidas
desde hacía años, y sobreactuar con algunas detenciones. Pero en concreto,
Ballestero y Farah dictaminan como siempre. Casanello, Servini de Cubría y Lijo
entre otros, son tan lentos como siempre, y la Corte Suprema de Justicia anuncia
grandilocuentes cambios que nunca concreta. En este marco de complicidades, el gobierno
de Cambiemos solo consiguió la renuncia del ícono judicial Oyarbide, y con
enormes dificultades, la remoción del camarista Freiler, quien integrara la
Sala I junto con Ballestero y Farah.
Los legisladores completan el capítulo
político de la trama, buscando encubrir delitos económicos tras falsos debates
ideológicos, cuando el problema, parafraseando a Clinton, “es el dinero,
estúpido”. También participan del juego de coacciones, en el cual impúdicamente
legisladores procesados por delitos comunes contra el Estado, pretenden juzgar
a funcionarios por inobservancias éticas. Y por si fuera poco, congelan leyes claves
contra la corrupción, como la de Extinción de Dominio en el Senado.
Buenos Aires, 28 de marzo 2018