Todo indicaría que Marcelo Tinelli perderá la
exclusividad respecto a mostrar que los precandidatos presidenciales son, a
excepción de sus patrimonios, gente como uno, y en el deseo de sumar votos, no
temen mostrar en su reconocido programa televisivo que también saben ser
superficiales y hasta ridículos.
La competencia mediática que lo amenaza será feroz,
ante la profundidad de los debates: Insaurralde irá con Massa o Scioli? Cómo
terminará el triángulo Carrió, Solanas y Macri? Alguien descubrirá que piensa
realmente Scioli? “Patria o buitres”
implicará la caza y desaparición de las aves rapaces foráneas, sobreviviendo
únicamente las criollas? Estos meritorios desempeños actorales en la temporada
2014-15, tendrá un común cierre de función: la entonación del himno nacional
político titulado ¡! Combatiremos la corrupción sin descanso!!, bajo la batuta
del maestro Norberto Oyarbide.
Más allá de ironías, es necesario que la sociedad, independientemente
de ideologías y circunstanciales adhesiones, se rebele ante tanta necedad, que
cuenta con la colaboración, ya sea inocente o cómplice, de encuestadores de
opinión y analistas políticos. El alto concepto de “política” entendida como
organización de las sociedades a través del Estado en busca del bien común, queda
banalizada por riñas de barrio, asesores de imagen y millonarias propagandas, que
intentan ocultar el vacío absoluto de propuestas concretas y transformadoras.
Como nada es casual en el devenir político,
intentaremos esbozar una hipótesis de esta triste realidad, estableciendo como
mojón de partida la crisis del 2001. De origen político, generó un enorme cimbronazo
económico-social, que es una consecuencia habitual en países con alta
corrupción y sistemas políticos débiles. El factor diferenciador respecto a
crisis anteriores fue la reacción unánime de la sociedad, que más allá de
partidismos, pronunció el recordado reclamo que aún hoy genera un fuerte temor
en la clase política: ¡! Que se vayan todos!! Expresión nihilista e
impracticable, revelaba sin embargo un profundo hartazgo social, que dificultaba
la repetición de la remanida estrategia marketinera de “se va el que no sabe
gobernar, y viene el que sabe gobernar”.
La última vez que los partidos Justicialista y Radical
concurrieron simultáneamente a elecciones sin abjurar de sus identidades fue en
1989, en donde triunfó el Frente Justicialista Popular, encabezado por
Menem-Duhalde, por sobre la UCR, con Angeloz-Casella. Entre ambos partidos
sumaron el 80 % de los votos. A partir de entonces en las subsiguientes
elecciones se presentaron Alianzas, Coaliciones, Frentes o conformaciones
similares, de nombres cambiantes y respaldos partidarios meramente simbólicos.
El tradicional bipartidismo, en lugar de ser desafiado por un tercer partido
fuerte y enriquecedor para la vida democrática, estalló en mini partidos
personalistas solo útiles para que sus dirigentes se posicionaran como opción
permanente a cargos legislativos, colgándose sin pruritos de quienes ejercen el
poder, o ingresando por votos propios con escuálidas minorías. Un falso barniz de
convergencia o transversalidad intenta ocultar la negociación de cargos y
prebendas como elemento constitutivo de las adhesiones políticas.
Lo peor estaba por venir. Esos eternos dirigentes “todo
terreno” creativos para conformar pequeñas agrupaciones solo útiles como moneda
de cambio, se creyeron más importantes de lo que son. Con el cargo público muy
bien rentado bajo el brazo, en lugar de ofrecerle una opción distinta a la
sociedad como resultado de enriquecedores debates internos ampliamente
participativos, exhiben autocomplacencia, soberbia y necedad. Son por ello
igualmente responsables que desde hace más de veinte años permanezca una misma
clase dirigente de raíz justicialista manejando los destinos del país, que no
existan partidos políticos, y lo más grave, que desaparecieran las plataformas
electorales contundentes como base de debate y opción de elección del votante.
Hay posibilidades de cambio? Por las buenas o por las
malas siempre las habrá. Pero un crudo diagnóstico del origen de nuestra
pobreza institucional es imprescindible para lograrlo.
Próxima reflexión: miércoles 17 de septiembre