miércoles, 29 de julio de 2015

SILENCIO DE CAMPAÑA: CORRUPCIÓN ESTATAL

"Hacéte amigo del juez; no le des de que quejarse; y cuando quiera enojarse vos te debés encoger, pues siempre es gûeno tener palenque ande ir a rascarse”.  (Martín Fierro-1872).  La ley es tela de araña; en mi inorancia lo esplico; no la tema el hombre rico; nunca la tema el que mande; pues la ruempe el bicho grande y solo enrieda a los chicos” (La vuelta de Martín Fierro-1879).

Considerada la obra literaria de José Hernández un emblema de la argentinidad, a más de 140 años de publicada cabe preguntarse: evolucionó nuestro sistema judicial? La grave crisis que atraviesa el Poder Judicial, ya sea en su propio seno como en su interrelación con los poderes Ejecutivo y Legislativo, claramente indica que no. Falazmente se intenta acotar el problema a una supuesta lucha entre justicia encubridora relacionada con el poder político, o justicia independiente eficaz. Pero desde comienzos de los años 90, cuándo hubo justicia independiente? La existencia de jueces y fiscales honestos y capaces es anecdótica, cuando los ciudadanos no solo están indefensos ante crímenes, violaciones, robos, estafas, sino también irremediablemente empobrecidos producto del saqueo de los presupuestos públicos por parte de los más altos funcionarios y empresarios asociados. El concepto Justicia no se materializa en la existencia de juzgados, jueces y fiscales. Su validez queda sometida al resultado final de su aplicación u omisión.

La creación del Consejo de la Magistratura en la reforma constitucional del año 1994, hizo suponer que nunca más los jueces se designarían a través del Senado mediante intercambio de papelitos entre bancadas políticas, y que la servilleta de Corach sería un recuerdo humorístico. El costo de  crear un nuevo organismo burocrático se justificaba en la democratización de la selección y designación de jueces en función de un orden de mérito a través de rigurosos concursos de oposición, con participación de representaciones profesionales públicas y privadas. Nada más errado. Los Organismos no hacen a las personas, sino éstas a los Organismos. El actual gobierno, como efecto no deseado en la búsqueda de su propia impunidad, logró transparentar ante la sociedad como jamás antes, el absoluto estado de descomposición del Poder Judicial, del poder legislativo, y en muchos casos, de las representaciones de las matrículas de abogados en el Consejo. Todo ello con la inestimable complicidad en el ocultamiento y/o desaparición de documentación sensible para probar delitos, por parte de los mal llamados Organismos de Control del Estado.

En plena campaña electoral, no debemos caer una vez más, en la trampa de plantear el tema en base a grandilocuencias abstractas: buenos y réprobos; oficialistas y opositores. No existen causas, fallos y sanciones, que nos permitan identificar claramente a unos u otros. La falta de justicia e impunidad no es un problema exclusivo del kirchnerismo, sino de la clase política y judicial en su conjunto. Establecer la década del 90 como punto de partida arbitrario para esta reflexión, obedece a que muchos actores políticos, empresariales y judiciales de ese entonces involucrados con la corrupción, tienen hoy plena vigencia. Y muchas de las causas continúan abiertas, en busca de la prescripción.

Un largo listado de jueces son asociados por la opinión pública con la impunidad, por el manejo de causas relacionadas con la corrupción estatal-privada. El ícono sin duda es el juez federal Norberto Oyarbide, que atravesó sin tropiezos los gobiernos menemista, la Alianza, duahaldista y kirchnerista. La omisión del flagelo de la corrupción y crisis judicial en la agenda electoral, hace suponer que su eficacia y velocidad absolutoria se extenderá al próximo gobierno, sea cual fuere. 

Es recomendable que todo ciudadano, independientemente de ideologías o adhesiones partidarias, lea y guarde para releer regularmente, los editoriales del diario La Nación de los pasados días 26 y 27 de julio, titulados “Corrupción como política de Estado” (I y II). Es de una precisión envidiable, pese a que solo menciona un número limitado de causas emblemáticas. Queda claro que de Martín Fierro a la fecha, nada cambió.




miércoles, 22 de julio de 2015

PONERSE SALVAVIDAS: SE DESATÓ LA CAMPAÑA

La metáfora del salvavidas pareciera adecuada, porque no es una sorpresa que una vez más, las estrategias de comunicación semejen a un mar embravecido de acusaciones cuando no agravios, polémicas engañosas, y promesas sin sustento. El salvavidas estaría modelado con nuestra experiencia; espíritu crítico/analítico, y básicamente algo que no reconoce fronteras culturales: espíritu de supervivencia. Desde el retorno de la democracia hemos vivido múltiples crisis, cuya responsabilidad recayó en muchos de los políticos, empresarios y gremialistas, con vigencia desde hace más de 25 años, y que pretenden mantenerla. Este es el desafío que afrontan las multimillonarias campañas electorales: conocemos a casi todos los que nos ofrecen un futuro mejor.

Ante esta continuidad que destruyó los partidos políticos nacionales, no sorprende la reiteración de mensajes grandilocuentes ajenos a la realidad, como por ejemplo, políticas de seguridad ciudadana. Recordemos algunos eslógans de campañas electorales anteriores: “Para cambiar la historia” (Menem-1989); “Con la fuerza de los hechos” (Duhalde-1999); “Un presidente para el nuevo siglo” (Rodríguez Saá-1999); “Sabemos lo que hace falta; sabemos cómo hacerlo” (Cristina, Cobos y vos-2007); “Dicen que soy aburrido” (De la Rúa-1999). Esta última publicidad es una de las más destacables, porque convenció a todos sin necesidad de mentir.

Las frases célebres no se quedan atrás. “El que apuesta al dólar pierde” (Sigaut-1981); “Prometo un salariazo” (Menem-1989); “En 1000 días vamos a poder tomar agua del Riachuelo” (Ma. Julia Alsogaray-1993); “El 2001 será un gran año para todos” (De la Rúa-2000); “El que depositó dólares, recibirá dólares” (Duhalde-2002); “La pobreza en Argentina está por debajo del 5%” (Cristina Kirchner-2015); “Combatiré implacablemente la corrupción” (frase sin propiedad intelectual que puede ser utilizada por todos los candidatos; aún por los enriquecidos en altos cargos públicos del Estado, con dedicación obviamente “full time”).

Estos recordatorios hacen suponer que la ciudadanía posee una experiencia más que suficiente para no someterse dócilmente al bombardeo de mensajes audiovisuales tan rimbombantes como vacíos de contenido, con el objetivo que  resignadamente pulsemos la tecla “Me gusta”. Experiencia que no discrimina en niveles socio-culturales, porque contra lo que se pregona, existe mucho más clientelismo en determinados ámbitos empresariales y políticos, que en los sectores sociales más vulnerables . 

El período de campaña hasta las primarias abiertas (PASO) el próximo 09 de agosto, que definirán los candidatos a presidente, hace oportuno ciertas reflexiones preliminares. Inicialmente, debemos asumir que votaremos en el marco de una Ley Electoral que permite todo tipo de artimañas para burlar la voluntad popular: las históricas listas “sábana”, listas espejo, dobles candidaturas, listas colectoras, y la escandalosa ley de lemas, recientemente reimplantada en Santa Cruz, ante el temor del oficialismo de perder la gobernación. También posibilita que candidatos electos vulneren el veredicto del voto, y abandonen la agrupación que representaron para fugarse a una opositora, o conformen “bloques legislativos unipersonales”, en lugar de renunciar para dar paso al suplente. A nivel gobernadores, son recordados Gerardo Zamora en Santiago del Estero (triunfó representando a la UCR), y  Fabiana Ríos en Tierra del Fuego (representó a la Coalición Cívica).

Por ello en esta etapa previa a las PASO, los políticos volcaron esfuerzos prioritariamente en negociaciones oportunistas basadas en intereses personales, en la búsqueda de intendencias, e integrar listas para cargos legislativos. Ello explica la paradoja que mientras en sus discursos clamen por diálogo y consensos, sean pertinaces creadores de un asombroso número de mini agrupaciones, siglas y alianzas, que semejan a “kioscos atendidos por sus propios dueños”. Con la mesiánica pretensión además, de representar el progresismo, la honestidad o intereses superiores, en exclusividad.   

Consecuentemente, nuestras reflexiones tras la PASO se concentrarán en quienes, para bien o para mal, tengan aptitudes y posibilidades de gobernar. 

miércoles, 15 de julio de 2015

LICUACIÓN DE LA VERDAD COMO PROPAGANDA

Dentro de las reglas básicas de la propaganda política (simplificación; exageración  y desfiguración; orquestación; transfusión; unanimidad y contagio y contrapropaganda); no aparece la de informar. Sin embargo, muchas de estas reglas se aplicarán para que los candidatos en  campaña electoral, transmitan sus plataformas y supuestas virtudes personales.  

Cabría pensar también que los instrumentos de la imagen debieran subordinarse a resaltar propuestas, sustentadas en conceptos claros e información de apoyo veraz. Lamentablemente no sucede, y el concepto de imagen se aplica también para transmitir números y propuestas, exaltándolos como verdaderos. El especialista en estudios de opinión pública  Ricardo Rouvier, en su libro “La deuda de la política” publicado hace ya 11 años, señalaba: “El uso abusivo de las palabras, sin medir sus significados, termina desjerarquizando la palabra como compromiso humano”.

Un excelente ejemplo de creatividad comunicacional se aplicó en la campaña radical de 1983. Estuvo a cargo de uno de los maestros de la publicidad argentina, David Ratto (quien trabajó ad honorem por su amistad con Alfonsín) y su socio Gabriel Dreyfus. Su acierto visual fue el diseño del logotipo, que destacaba la sigla RA sobre el fondo de la bandera nacional, identificando tanto a la República Argentina como a Raúl Alfonsín. Simple, sin adjetivos, sin rostros. Pero la imagen, para no vaciarse de significado, necesita actuar en respaldo de una plataforma electoral, o sea, de un compromiso político real. Surgieron entonces las recordadas “100 medidas para que su vida cambie”, que ocupaban una página completa en diarios y folletos, con el logotipo en el ángulo inferior derecho. Los compromisos, en su mayoría, no eran declarativos sino concretos: juicio a los responsables de actos de terrorismo; plan alimentario nacional para los necesitados (cajas PAN), etc.

El ejemplo es válido solo para ilustrar sobre las diferencias entre imagen y propuestas, que deben actuar complementariamente. El contexto histórico en 1983 era otro. Existían dos partidos tradicionales, el justicialismo y el radicalismo, con antecedentes y plataformas diferenciadas, que permitían comparaciones. Las unidades básicas y los comités trabajaban entusiastamente en todos los puntos del país. También lo hacían los candidatos con sacrificio, y no como se desvirtuó posteriormente,  a costa de los salarios públicos que perciben simultáneamente como funcionarios o legisladores, al no exigírseles licencia en sus funciones. Además, 32 años después, la dinámica comunicacional tuvo un enorme desarrollo tecnológico con multiplicación de medios, en especial la televisión, que hacen imposible que muchos ciudadanos lean una plataforma de 100 puntos en un medio gráfico, o una solicitada a toda página sobre cualquier otro tema.

Por lo tanto, cada vez con mayor asiduidad las campañas se basan en imágenes que nos impulsan a votar por factores emocionales, antes que por  compromisos concretos. Publicitariamente se intenta disimular la inexistencia de planes de gobierno, haciendo pasar diagnósticos (que se basan en lo que existe), por propuestas, que son acciones interrelacionadas aplicables en el corto y mediano plazo. Ante esta realidad, reclamar debates públicos entre candidatos, pareciera una grandilocuencia engañosa. Sobre qué se va a debatir, si no existen plataformas electorales oficializadas? Los ciudadanos, para juzgar, necesitan conocer previamente las propuestas a futuro a debatir, en especial las aplicables en los primeros 90 o 100 días de gobierno. El ejemplo de la utilización de la opinión de un pueblo como simple recurso político, se dio recientemente en Grecia. Se lo convocó para que votara el ajuste por SÍ o por NO. El 60%, como era obvio, votó NO. Resultado, se actuará conforme al SÍ, y habrá ajuste.


Exigir definiciones será la tarea de todos los ciudadanos en los meses que restan hasta octubre. Aún hay tiempo. El ajuste económico será inevitable, pero no necesariamente malo en sí mismo. Lo que se deberá clarificar a la ciudadanía es quienes lo absorberán. Caso contrario correremos el riesgo que quienes hoy se acusan en enfervorizados debates, en enero de 2016 repitan el gran “acuerdo político patriótico” de enero de 2002, que dejó un tendal de afectados en las clases medias y las más desposeídas. Los patriotas políticos salieron indemnes.

miércoles, 8 de julio de 2015

LA PROPAGANDA SIRVE PARA INFORMAR?

Describíamos en nuestra última reflexión alguna de las reglas básicas de la propaganda política, cuyos matices dependen de los sustratos sociales en donde se aplican. Nuestro marco nacional es un sistema democrático con una bajísima calidad institucional, desaparición de partidos políticos reconocibles con extensión territorial, y como consecuencia, oficialismos casi hereditarios por sobre oposiciones dispersas con escasa coherencia en sus acciones y principios. Esta realidad explica nuestras recurrentes e inevitables crisis políticas y económicas.

La política necesariamente exige comunicación, con evaluación de la percepción de los mensajes en los sectores a los que van dirigidos (obreros; estudiantes; empresarios, etc.). Si la percepción no es buena, inicialmente se modifica el mensaje pero no el objetivo. Este solo se posterga y/o desecha ante reacciones adversas mayoritarias y contundentes. Cabe preguntarse: cómo se manejan en una campaña electoral mensajes que, de manera sintética y clara, deben direccionarse simultáneamente a todos los estratos sociales? En países donde existen partidos tradicionales identificables y políticas diferenciadoras es posible, porque los temas en debate son acotados y conocidos por la sociedad (ejemplo, sistema de salud en Estados Unidos; educación paga o gratuita en Chile). En nuestro país, en donde no sabemos a qué agrupación pertenece cada legislador que integra una lista sábana, y menos aún a que otra agrupación se fugará en diciembre próximo una vez elegido “por el voto popular”, es imposible.

No es casual entonces que la propaganda en nuestras campañas electorales, antes que informar, tengan como objetivo acusar, emocionar, desinformar y/o enmascarar. Por ello, sin eludir la imprescindible regla de la simplificación, es habitual el uso de las reglas de exageración y desfiguración (reestructurar la información para que sea favorable al interesado), y la de contraproganda (atacar la tesis y/o creencia del adversario). Tomemos dos casos.

1.- Contrapropaganda. Un ejemplo adecuado por su  repercusión popular y política, es la muerte del fiscal Nisman en enero de este año, hecho irrefutable en sí mismo, como así su origen político. De inmediato colisionaron distintos intereses: deseo de esclarecimiento; deseo de ocultamiento; especulaciones políticas; expresiones de dolor falsas y verdaderas. Pasado el primer momento de confusión al estilo “yo no fuí”, comenzó un proceso de dilución de responsabilidades, apoyado en nada inocentes polémicas  comunicacionales, en dónde se mezclaban el debate periodístico banal, el planificado para enmascarar, y el profesional. Múltiples informaciones y declaraciones entremezclaban racionalidad con disparates y agravios. El operativo confusión, consistente en que verdad y falsedad no se distingan, fue exitoso. A más de seis meses de la aparición de Nisman sin vida, no hay información oficial de cómo murió. Estas batallas comunicacionales que mezclan la actividad periodística profesional con la claramente direccionada a determinados objetivos de impunidad, es de habitual aplicación en temas más complejos, como los de corrupción económica.  

2.- Regla de orquestación. La actual campaña electoral hasta el momento se sustenta en la instalación de dos conceptos que parecerían sintetizar nuestras alternativas: CAMBIO o CONTINUIDAD. De por sí no significan nada, pero como fueron promovidos en los niveles políticos, la propaganda busca su transfusión a los ciudadanos. Ejemplo: en los análisis de las elecciones del último fin de semana en cinco distritos (ciudad de Buenos Aires; Córdoba; Corrientes; La Rioja y La Pampa), la regla de orquestación se aplicó a pleno.  Los diarios de tinte opositor destacaron que el oficialismo solo triunfó en La Rioja, y sobre el total de estos distritos, sumó 30% de votos. Por su parte Ämbito Financiero, más cercano al gobierno, resaltó que en los cinco distritos triunfaron los oficialismos, por lo que según los votos sumados, un 60% votó continuidad (oficialismo), y un 40% cambio (oposición).


Al ciudadano éstas interpretaciones le esclarecen su futuro con vista al próximo gobierno?  Por el momento parecería que hacer propaganda no es informar. Qué pasa cuándo se deben manejar ya no interpretaciones, sino conceptos y datos numéricos concretos? Lo analizaremos en la próxima reflexión.

miércoles, 1 de julio de 2015

COMIENZA EL MARKETING DE LA SIMPLICIDAD

La publicidad de un auto de alta gama, habitualmente incluye a una mujer bellísima. Es un claro mensaje subliminal: más lujo permite más bellas mujeres. Sería suicida para la marca, por ejemplo, que el conductor utilice el modelo de lujo para pasear a su suegra. Eso queda reservado para los modelos de uso familiar. Para el campo femenino, un perfume costoso permitirá a una mujer subyugar a elegantes galanes. Estos ejemplos responden a una regla básica llamada de simplificación. El mensaje, sea solo visual o acompañado de breves textos, debe ser claro y contundente, convirtiendo al producto en un objeto de deseo.

Cuando la publicidad no se remite a lo comercial sino a lo político, se llama propaganda. La regla de simplificación no solo mantiene plena vigencia, sino adquiere mayor complejidad por dos razones: 1) el mensaje político debe ser igualmente eficaz para una amplísima franja social, a diferencia del auto de alta gama. 2) un mal producto comercial en breve tiempo fracasará en el mercado, pero un mal producto político se mantendrá como mínimo cuatro años en el poder. Salvo, en éste último caso, que parte de otros malos productos den un “golpe blando” (definición kirchnerista), como sucediera en diciembre de 2001.

La propaganda política como la conocemos, que para ser eficaz requiere de un sustrato social adecuado, nace y se desarrolla a principios del siglo XX, favorecida por el enorme avance de las comunicaciones. Fueron pioneros en la creación de sus reglas básicas, plenamente vigentes en la actualidad, los regímenes totalitarios fascistas y comunistas. Son recordadas las escenografías propagandísticas con concentraciones multitudinarias en ámbitos abiertos, que convergen en el líder como único orador, cuyos discursos estentóreos con frases breves y altisonantes, buscan sumergir a la multitud en lo emocional por sobre lo racional. Esta técnica se basa en la regla llamada de unanimidad y contagio, que se basa en la evidencia sociológica de la presión del grupo sobre la opinión individual. Una persona puede tener sinceramente en un mismo asunto dos opiniones fluctuantes. Pero la mayoría de las personas desean, básicamente, armonizar con sus semejantes. Por ello es habitual escuchar “todos dicen”, y no “yo digo”. El efecto contagio también lo buscan las sospechadas encuestas de opinión, que independientemente de su verosimilitud, pretenden volcar nuestras preferencias hacia un supuesto ganador.

Cuando este proceso propagandístico se produce en ámbitos cerrados y televisados, la escenografía y llegada al público receptor se modifica. La ausencia cercana de multitudes es suplida por incondicionales ubicados en las primeras filas frente al atril, quienes sonríen, aplauden y muestran fervorosa adhesión y conformidad con el líder orador. Actos prolijamente organizados, no dejan lugar a emociones imprevistas. Se basan en público adicto, subordinación de funcionarios, y entusiasmos de empresarios prebendarios. Paradójicamente, esa limitada escenografía y su mensaje  es transmitida a través de la pantalla chica a millones de ciudadanos con distintos niveles sociales, culturales y económicos, a quienes  se debe convencer o “contagiar”. Como consecuencia el mensaje debe ser más sofisticado y sutil, sin brindar en lo inmediato, constatar la verdad de lo expresado. Lo expuesto es aplicable a la prensa escrita, cuyo ejemplo primario y más resonante es la temida “tapa de los diarios”. 

En las vías de comunicación televisivas y escritas, que utilizaremos para nuestros futuros análisis, si bien no se abandona la regla de la simplificación, se incorporan las reglas de exageración (resaltar las informaciones favorables al interés del emisor), y desfiguración y orquestación (repetición incesante de temas con aspectos que interesan al emisor, presentándolos  de modos diferentes para no cansar). Jamás las informaciones políticas, sean en discursos o medios de difusión, se dan en “bruto”, sino con un procesamiento previo.


Lo interesante de las vías de comunicación televisivas y escritas reside en que las opiniones quedan registradas, pueden ser meditadas, y detectadas sus inconsistencias, aún cuando se oculten o distorsionen los datos que las sustenten. En la próxima reflexión ingresaremos en nuestra realidad nacional, y comenzaremos a desmenuzar técnicas y mensajes preelectorales.