"Hacéte
amigo del juez; no le des de que quejarse; y cuando quiera enojarse vos te
debés encoger, pues siempre es gûeno tener palenque ande ir a rascarse”. (Martín Fierro-1872). “La ley es tela de araña; en mi
inorancia lo esplico; no la tema el hombre rico; nunca la tema el que mande;
pues la ruempe el bicho grande y solo enrieda a los chicos” (La
vuelta de Martín Fierro-1879).
Considerada
la obra literaria de José Hernández un emblema de la argentinidad, a más de 140
años de publicada cabe preguntarse: evolucionó nuestro sistema judicial? La
grave crisis que atraviesa el Poder Judicial, ya sea en su propio seno como en
su interrelación con los poderes Ejecutivo y Legislativo, claramente indica que
no. Falazmente se intenta acotar el problema a una supuesta lucha entre
justicia encubridora relacionada con el poder político, o justicia
independiente eficaz. Pero desde comienzos de los años 90, cuándo hubo justicia
independiente? La existencia de jueces y fiscales honestos y capaces es
anecdótica, cuando los ciudadanos no solo están indefensos ante crímenes,
violaciones, robos, estafas, sino también irremediablemente empobrecidos
producto del saqueo de los presupuestos públicos por parte de los más altos
funcionarios y empresarios asociados. El concepto Justicia no se materializa en
la existencia de juzgados, jueces y fiscales. Su validez queda sometida al resultado final de su aplicación u omisión.
La
creación del Consejo de la Magistratura en la reforma constitucional del año
1994, hizo suponer que nunca más los jueces se designarían a través del Senado
mediante intercambio de papelitos entre bancadas políticas, y que la servilleta
de Corach sería un recuerdo humorístico. El costo de crear un nuevo organismo burocrático se
justificaba en la democratización de la selección y designación de jueces en
función de un orden de mérito a través de rigurosos concursos de oposición, con
participación de representaciones profesionales públicas y privadas. Nada más
errado. Los Organismos no hacen a las personas, sino éstas a los Organismos. El
actual gobierno, como efecto no deseado en la búsqueda de su propia impunidad, logró
transparentar ante la sociedad como jamás antes, el absoluto estado de
descomposición del Poder Judicial, del poder legislativo, y en muchos casos, de
las representaciones de las matrículas de abogados en el Consejo. Todo ello con
la inestimable complicidad en el ocultamiento y/o desaparición de documentación
sensible para probar delitos, por parte de los mal llamados Organismos de
Control del Estado.
En
plena campaña electoral, no debemos caer una vez más, en la trampa de plantear
el tema en base a grandilocuencias abstractas: buenos y réprobos; oficialistas
y opositores. No existen causas, fallos y sanciones, que nos permitan
identificar claramente a unos u otros. La falta de justicia e impunidad no es
un problema exclusivo del kirchnerismo, sino de la clase política y judicial en
su conjunto. Establecer la década del 90 como punto de partida arbitrario para esta
reflexión, obedece a que muchos actores políticos, empresariales y judiciales de
ese entonces involucrados con la corrupción, tienen hoy plena vigencia. Y
muchas de las causas continúan abiertas, en busca de la prescripción.
Un
largo listado de jueces son asociados por la opinión pública con la impunidad,
por el manejo de causas relacionadas con la corrupción estatal-privada. El
ícono sin duda es el juez federal Norberto Oyarbide, que atravesó sin tropiezos
los gobiernos menemista, la Alianza, duahaldista y kirchnerista. La omisión del
flagelo de la corrupción y crisis judicial en la agenda electoral, hace suponer
que su eficacia y velocidad absolutoria se extenderá al próximo gobierno, sea
cual fuere.
Es
recomendable que todo ciudadano, independientemente de ideologías o adhesiones
partidarias, lea y guarde para releer regularmente, los editoriales del diario
La Nación de los pasados días 26 y 27 de julio, titulados “Corrupción como
política de Estado” (I y II). Es de una precisión envidiable, pese a que solo menciona
un número limitado de causas emblemáticas. Queda claro que de Martín Fierro a
la fecha, nada cambió.