No repuestos aún de los enriquecedores debates provocados por una ignota e inclasificable Natacha, una decisión de la “Chechu”, como se apoda familiarmente a la experimentada jueza federal Romina Servini de Cubría, decidiendo la intervención del Partido Justicialista debido a su hartazgo por los sucesivos fracasos electorales, dio lugar a polémicas no menos fantasiosas. Si bien no quedó en claro si el triángulo conformado por la jueza, el derrocado Gioja y el interventor Barrionuevo se armó en base a la nostalgia o al presente, el entorno coral político como es costumbre, especuló con variados y maliciosos objetivos ocultos que incluyen la intervención de MM, cuyas iniciales según el código enigma de Natacha, pueden adjudicarse a “Manolo” Maquiavelo.
Dejando de lado la ironía a las que nos lleva la insustancialidad de muchos debates políticos, es oportuno establecer puntos de referencia para una posible clarificación del hecho. El justicialismo afronta una situación no habitual en otros países: no ha podido superar la dicotomía entre persona (Perón), y partido (Justicialismo). Al punto que quienes se dicen peronistas reniegan del partido, sea porque no los representa o por temor a su desprestigio. Con el tiempo, el peronismo se hibridizó en menemismo y kirchnerismo, convirtiendo al PJ en una cáscara vacía. La cáscara UCR al menos, si bien tiene una larga historia de desencuentros y divisiones, cobijó a nombres como Alem, Yrigoyen y Alfonsín, entre otros. Pero el mundo evoluciona en sus instituciones, usos, costumbres, tecnologías y marcos geopolíticos. En nuestro país en particular, la crisis del 2001-2002 fue leída correctamente por la ciudadanía, provocando el recordado “que se vayan todos”, que destruyó el tradicional bipartidismo. Pero solo a sus estructuras partidarias, no a sus responsables políticos, que tras distintos realineamientos se quedaron casi todos. Nacieron entonces franquicias disfrazadas de partidos, y tramposos sistemas electorales que permiten la perpetuación de dirigentes sin aval de la ciudadanía. Las invocaciones a Perón y Alfonsín transportadas al presente, no pretende dignificarlos sino usarlas para encubrir oportunismos y mediocridades de viejos y nuevos dirigentes.
En este contexto, pretender aunar supuestas diversidades justicialistas tras la agrietada cáscara PJ, por lo ridícula, exhibe las enormes distancias que persisten entre el juego político y las necesidades de los ciudadanos, cuyos reclamos son mucho más simples pero siempre postergados: lograr un oficialismo y una oposición con capacidad y honestidad necesaria para acordar y lograr un crecimiento sostenido del país. En donde el que conduce no es el dueño “de la caja”, y el opositor que acuerda y enriquece no es un “colaboracionista”. Existe un antecedente a favor: Alfonsín y Macri nunca hicieron antiperonismo.
En 1972 se publicó un libro muy didáctico para entender el cinismo que encierra el usufructo del nombre de Perón. Su título es “Por qué Perón sigue siendo Perón?”, de Enrique Silberstein. El autor propone una respuesta clarificadora: no por sus dos presidencias, sino por su actuación previa como Secretario de Trabajo y Previsión. Período en el que se implementaron las reformas laborales y sindicales más trascendentes y recordadas (sistema previsional extendido, salario mínimo, aguinaldo, vacaciones pagas, etc.), que fueron avaladas por los gobiernos militares de entonces. Vale decir, se lo recuerda por transformaciones inéditas que se mantuvieron en el tiempo, las que se podrán actualizar, modificar, pero jamás anular. A partir del 45, el análisis del peronismo transita por los carriles usuales de éxitos y fracasos en los terrenos económicos, institucionales y políticos. En 1973 Perón asume su tercera presidencia, fallece en 1974, y dos años más tarde se produce el golpe militar.
Desde entonces, muchas cosas cambiaron. El justicialismo perdió el monopolio de la representación popular; perdió identidad entre artificiales juegos de derechas e izquierdas. Y lo más grave, perdió su esencia de origen. De intentar promover entre el 43 y el 45 políticas que permitieran el ascenso social de muchos trabajadores, pasó a ser partícipe de crecientes niveles de pobreza que administran mediante dádivas, mientras sus dirigentes se incorporan entusiastas a los ámbitos de élite y empresariales que discursivamente critican.
Buenos Aires, 18 de abril 2018