miércoles, 28 de octubre de 2015

SORPRESA O SUBESTIMACIÓN?

“Los votos no son de los políticos; son de la gente”. Si bien supone una obviedad, la frase es pronunciada por muchos políticos habituados al usufructo del poder, manipulando todos los instrumentos democráticos que posibiliten a los ciudadanos ejercer en plenitud sus derechos de información, participación, y elección de sus gobernantes.  

No sorprende entonces que, tras los recientes resultados electorales, una vez más esos mismos políticos intenten negociar “sus votos” poniendo precio a los rótulos “soy peronista”; “soy radical” o “soy progresista”. Pese a que, paradójicamente, sean responsables de haber retirado, a partir de 1999, al PJ y la UCR como ofertas electorales populares con presencia nacional. El  “progresismo” por su parte, solo atina a presentarse en cada turno electoral  bajo aglutinamientos y denominaciones diversas. El riesgo de tal anomia, es la perpetuación del Partido Único, integrado por “patas” peronistas, radicales, izquierdas, derechas, feudalismos, entidades de derechos humanos politizadas y servicios de inteligencia fascistoides. Todos generosamente sostenidos con fondos públicos.

En este contexto, politólogos, periodistas y encuestadores no atinan elaborar diagnósticos y análisis, que no se referencien en el ajado recurso de suponer cuantos peronistas, radicales o progresistas, integran o simpatizan con cada una de las expresiones políticas. Tamaña abstracción simplista y desactualizada, explica el estupor provocado por los recientes resultados electorales. Este encorsetamiento conceptual, llevó a que Aníbal Fernández sospeche que algunos intendentes, a los que supone con sus votos “atados”, lo traicionaron. Los votantes en general, y de las provincias de Buenos Aires y Jujuy en particular, no provocaron una revolución; simplemente pidieron un poco de oxígeno. Quienes gobiernan desde hace décadas, no pueden reiterar monocordemente que combatirán el narcotráfico, la inseguridad o la corrupción.  La mencionada desaparición del PJ y la UCR como expresiones unívocas de alternativas de gobierno, no tiene retorno. Pero ello no implica que el país se quede sin partidos políticos. Por ello las Coaliciones que intenten reemplazarlos,  deberán cumplir con mínimos requisitos de identidad, conducción participativa y representación territorial.

Los seis partidos que participaron en la elección presidencial presentan matices. El gobernante FPV, exhibe una dicotomía interna delirante: de ser elegido, tendremos un Scioli muy kirchnerista o poco kirchnerista? El Frente Renovador, por su parte, por muchos de sus integrantes y estrategias, hace suponer que sus disidencias con el FPV tendrían que haberse dirimido en las internas de las PASO. Rodríguez Saá se convirtió en un partícipe vitalicio en toda elección, que utiliza para promocionar las bondades de San Luis. La verdadera izquierda presenta un crecimiento saludable, que le permite obtener canales de expresión institucionales. No queda claro el rol del progresismo al momento de decidir alternativas concretas de gobierno. Más allá de la calidad de algunos de sus integrantes, sus inocuas prescindencias hacen suponer que sus líderes priorizan posicionamientos personales y renovación de bancas legislativas. Finalmente, Cambiemos deberá amalgamar cuidadosamente su actual composición, para adaptarla a las responsabilidades de gobernar la ciudad, la provincia de Buenos Aires, y posiblemente la Nación. La sociedad decidió que no haya fuertes respaldos electorales que incrementen recurrentes actitudes de soberbia, y provocó el balotaje. Pero también supo castigar arcaicos caudillismos, renovando  generacional y políticamente importantes municipios, y demandando métodos de gobernar más modernos, eficaces y éticos. O sea: mejor calidad de vida.

Macri y Massa, ante la posibilidad concreta de compartir espacios de poder, afrontan una muy delicada instancia negociadora, mucho más legítima ahora que previo a las PASO, como se reclamaba. Pero cualquier acuerdo deberá contener salvaguardas que aseguren no repetir la nefasta experiencia del Frente Grande en la Alianza, cuya cúpula tras la crisis, y con Carlos Alvarez a la cabeza, se reubicó en el actual gobierno con altos cargos. Por haber sido quien más sufriera el transfuguismo político, Massa entenderá esta necesidad. Finalmente, esperemos que no surjan denuncias oportunistas. Sin embargo, Macri correrá el riesgo de una operación en su contra nefasta: que Francisco de Narváez anuncie que lo votará en el balotaje.  




miércoles, 21 de octubre de 2015

NUEVAMENTE LOS "PUNTITOS" A LAS URNAS

Rememoremos la escena de “El Tercer hombre”, clásico policial de 1949 desarrollado en la Viena de posguerra. Orson Welles, en el papel de Harry Lime, invita a un amigo de la infancia desocupado que vive en Estados Unidos, llamado Martins, a trabajar con él. Cuando llega a Viena, Martins se entera que pocas horas antes Lime murió atropellado por un auto. Avanzada la trama, es informado que Lime traficaba penicilina adulterada, causando centenares de víctimas, incluidos niños, y que había simulado su muerte. Martins consigue contactar a Lime, quien lo cita en el parque de diversiones Prater, el más antiguo de Europa. Suben a un carro de la Montaña Rusa, y Martins reprocha a su amigo las víctimas de su negocio. Lime, observando a 65 metros de altura a quienes transitaban por el parque, le responde: Víctimas? Mira ahí abajo; de verdad sentirías pena si un punto de esos dejara de moverse para siempre?

Esta escena es adecuada para ejemplificar la relación de las clases políticas (pocos y reconocibles), con los “puntitos” (millones de ciudadanos anónimos, que trabajan alejados del usufructo del Estado). En una democracia, los “puntitos” deben tener opciones que los representen, a través de organizaciones políticas consistentes, de extensión territorial y con capacidad de gobernar, posibilitando alternancias que eviten el peor riesgo que puede afrontar un país: el Partido Único, que corrompe y degrada personas e instituciones, con el único fin de permanecer.

Adaptemos la escena de “El Tercer Hombre” a nuestra realidad vernácula, y supongamos que se desarrolla en un barrio porteño. Orson Welles/Lime, terminado su encuentro con Martins, decide tomarse un café. En una mesa cercana, escucha un debate político entre cuatro “puntitos” amigos: un peronista, un radical, un izquierdista y un independiente. Para ordenar el debate y ejemplificar trayectorias e ideologías, acuerdan elaborar un listado con veinte nombres representativos en cada uno de los sectores político, gremial y empresario. Como condición necesaria, dichos nombres deben tener una vigencia mínima de 20 años relacionados con el poder, o sea, desde 1995. Cuando analizan los diversos alineamientos y oportunismos políticos de cada uno de ellos con distintos gobiernos y/o partidos, posiblemente los cuatro “puntitos” del café se hayan sentido decepcionados e indefensos. Welles/Lime por su parte, abandonaría el café pensando que, al fin y al cabo, las dirigencias argentinas compartirían su cínica opinión en cuanto a la irrelevancia del destino de los “puntitos” móviles de la sociedad que dicen representar.

Esta continuidad política ininterrumpida, que incluye parte del gobierno de Alianza, cuyos integrantes del Frente Grande ocupan en el kirchnerismo cargos relevantes, con Carlos “Chacho” Alvarez a la cabeza,  nos acerca al riesgo del Partido Único. La responsabilidad no puede recaer en el kirchnerismo exclusivamente, como se pretendiera hacerlo en su momento con el menemismo. Necesita de la participación de amplios sectores políticos supuestamente opositores, y de empresarios asociados en negocios lucrativos con el Estado. Esta disolución partidaria y anomia ideológica se refleja en la campaña electoral en dos síntomas: 1) superficialidad en los mensajes de los candidatos, con ausencia de indicadores económico-sociales y propuestas concretas; 2) fuerte resistencia de los sectores políticos beneficiarios, a todo intento de generar una opción de gobierno medianamente coherente  con posibilidades de alternar en el poder.

Esta realidad se pretende disimularla apelando al voto emocional, intentando manipular sentimientos peronistas, radicales o progresistas, considerándolos “puntitos” abstractos que pueden ser pesados en una balanza para ganar una elección. Ya instalados, políticos inescrupulosos se autoproclaman representantes de esos mismos “puntitos”, usándolos  como prenda de negociación con el oficialismo para obtener beneficios personales. Este proceso cada vez se transparenta más, inclusive en los habitualmente reservados grupos económicos. El canal C5N, del empresario Cristóbal López, con múltiples negocios con el Gobierno, se dedicó a denostar a Macri y Cambiemos. El grupo Clarín por su parte, enfrentado al gobierno y crítico implacable de Cristina Kirchner, actúa con una indisimulable complacencia con Scioli.


Con independencia del resultado de la elección del domingo, en la próxima reflexión analizaremos el rol desempeñado en el esquema Partido Único, por las seis agrupaciones que competiten en la categoría presidencial. A los “puntitos” nos queda el halago que nos dedican los candidatos: “estamos pensando en vos”. 

miércoles, 14 de octubre de 2015

OLVIDO ELECTORAL: CORRUPCIÓN POLÍTICA

La corrupción política consiste en el mal uso del poder público, para obtener beneficios ilegítimos, personales y privados, habitualmente en forma secreta. Muchas de nuestras reflexiones hicieron hincapié en un aspecto esencial para convertirla en estructural: la permanencia de la misma dirigencia política, gremial y empresaria, desde al menos dos décadas. Esta continuidad facilita acuerdos para favorecer la impunidad, impulsando: 1) Sistemas electorales que limiten y/o distorsionen al máximo la representatividad del voto, y de no ser suficiente, ejercer el fraude electoral desembozado, como en Tucumán; 2) Reformas constitucionales que posibiliten reelecciones indefinidas en niveles nacionales y provinciales, y extenderlas a las municipales; 3) Tramas de impunidad estables (organismos de control; manejo de jueces y legisladores; asociaciones con empresarios involucrados); 4) Fuertes restricciones al acceso público de información sobre actos de gobierno y uso de fondos públicos.

Los casos de corrupción con repercusión mediática, se refieren a negociados con empresarios de obra pública; concesionarios de servicios; proveedores del Estado, y medios de comunicación privados sostenidos por el Gobierno. Generan ineludiblemente sobrecostos importantes, parte de los cuales son retornados a los funcionarios. Ello explica sus enriquecimientos ilícitos imposibles de justificar. Cuando la corrupción identifica objeto y actores, se define como “actos corruptos” (ejemplos: IBM-Banco Nación; contrabando de armas a Croacia y Ecuador; Sueños Compartidos; Ciccone; Hotesur). Pero cuando los casos se multiplican y se mantienen impunes en el tiempo, el país ingresa en el llamado “estado de corrupción”. La acción directa clásica de coima entre funcionarios y empresarios, incorpora también la indirecta, en donde el intercambio dinero-contraprestación no es condición necesaria. Es usualmente invisible a la opinión pública, pero no menos nociva. Comprenden el uso de información económica privilegiada (devaluaciones); prevaricato (funcionarios, jueces y fiscales con actuaciones intencionadamente arbitrarias y cómplices); clientelismo (captar opositores con prebendas); nepotismo (favorecer con cargos públicos a familiares y amigos, sin cumplir requisitos de necesidad, concurso y mérito, para asegurar lealtad); despotismo (tendencia al poder absoluto), etc. Siempre son afectados injustificadamente los fondos públicos, negociándose en base a la impunidad.

No es casual que dentro de la anodina frivolidad de la presente campaña, basada en grandilocuencias inconsistentes como “combatiré la corrupción”, o disparatadas como crear “una Conadep de la corrupción”, se hayan omitido propuestas concretas. Sin embargo, la hojarasca verbal permite algunas observaciones.

1.- Quienes gobiernan desde hace al menos doce años, prometen ser adalides de la lucha contra el narcotráfico. Pero las tibias propuestas esbozadas (ley de derribo de aviones sospechosos; intervención del Ejército), omiten lo imprescindible: el narcotráfico necesita de una importante cobertura política en altos niveles, extendida en el territorio. De no ser descabezada esa complicidad, carece de sentido enviar a combatir a soldados, policías o gendarmes, ofrendando vanamente sus vidas.

2.- Ningún oficialista u opositor informó si algunos de los innumerables servicios de inteligencia estatales, recibió la instrucción presidencial de detectar la trama política del narcotráfico, y en caso afirmativo, sus resultados.

3.- Las dudas continúan. Se puede luchar contra la corrupción, cuando un senador condenado puede legislar (Menem); un vicepresidente procesado continúa ejerciendo su cargo y conduce el Senado (Boudou), y un funcionario también procesado puede ser candidato a legislador (De Vido). No sería imprescindible una ley “de derribo” de estos disparates?

4.- Los múltiples casos de transfuguismo político, que cínicamente invocan peronismo, radicalismo o progresismo, provocando asombro, hilaridad o indignación, muestran impúdicamente ante la ciudadanía las negociaciones que, ya en función de gobierno y sin necesidad de llorar frente a una cámara, se realizan con legisladores, jueces, fiscales y responsables de organismos de control, para mantener la trama de impunidad.


Cuando se habla de corrupción política, para combatirla no sirve aumentar la dotación de policías, reformular servicios de inteligencia, o involucrar militares en tareas civiles. El mal está en la conducción, no en la tropa.

miércoles, 7 de octubre de 2015

PERONISMO Y RADICALISMO USADOS COMO FETICHES

Hay un aspecto reiterativo en los discursos y análisis realizados en ámbitos políticos y mediáticos de nuestro país, común a oficialistas y opositores, que provoca asombro: seguir sosteniendo la existencia del justicialismo y el radicalismo como ideológicamente identificables, y por lo tanto, fieles representantes de sectores mayoritarios de la ciudadanía. 

Una posible explicación, es la pretensión de utilizar esta ficción como fetiches emocionales, especialmente en épocas preelectorales, para disimular ante la sociedad la sustitución de partidos coherentes por “espacios” híbridos y personalistas, que facilitan la continuidad de una numerosa dirigencia política, gremial y empresaria, enquistada desde hace más de veinte años en los distintos estamentos de poder. Esta realidad indisimulable, explicaría la pobreza creciente de las campañas electorales, que no logran superar lo banal, el análisis político liviano cercano al chisme, y demasiadas veces, la maliciosa falsedad de los mensajes. Con miras a cambiar el futuro, es hora que asumamos como inevitable, que desde hace al menos 15 años, el justicialismo y el radicalismo como expresiones históricas partidarias permanentes e ideológicamente coherentes, han dejado de existir. Manifestar identidad peronista o radical, solo es válido y creíble para ciudadanos que día a día con esfuerzo y honestidad trabajan para labrarse un futuro, alejados de prebendas solventadas con los presupuestos públicos.

Reconocer esta realidad, diluirá mitos tan repetidos como falsos. Por ejemplo, que el justicialismo es el único que sabe y/o puede gobernar. Los gobiernos de Isabel Perón, con hiperinflación; de Menem, con una deuda externa impagable y  escasas reservas en el Banco Central, y de Kirchner, dejando como herencia una deuda externa e interna creciente, escasas reservas y una inflación endémica del 25 %, lo desmienten claramente. Pero no es justo adjudicarle nuestra decadencia de las últimas décadas únicamente a quienes se autoproclaman justicialistas. Colaboraron entusiastamente (siempre con cargo público bajo el brazo), supuestos y circunstanciales opositores, que replican muchos de los vicios que critican al Gobierno. Entre ellos, la incapacidad de conectarse de manera permanente y confiable con la sociedad. Cuando decimos justicialismo y no peronismo, pretendemos no sumarnos al manoseo oportunista que del nombre Juan Perón, hacen los cazadores del poder permanente en la búsqueda de votos.

El PJ y la UCR, por sí mismos y sumados, alcanzaron en 1983 el 91,91 % de los votos; en 1989 el 79,94 %, y en 1995 el 66,69 %. Vale decir, su preeminencia electoral disminuyó el 25 % en tan solo 12 años. Pero en lugar de actualizarse y ampliar sus contactos con la sociedad, en 1999 dieron el puntapié inicial a la debacle partidaria. Concurrieron a elecciones las alianzas PJ-UCD y UCR-FREPASO, con los resultados conocidos. El posterior reclamo generalizado “que se vayan todos” en el 2001-2002, se respondió con el cierre definitivo de unidades básicas y comités, y la licuación del PJ y la UCR como partidos de extensión nacional.  Desde entonces, las políticas y cargos privilegiados, se deciden en domicilios particulares, lujosos barrios cerrados, o quinchos con  asado mediante.

Hoy es difícil entrever un futuro, aunque se apele a la “fe y esperanza”. Casos recientes de transfuguismo como el de Mónica López o Eduardo Buzzi ya no asombran, salvo por sus justificaciones: dicen que son peronistas. No lo son acaso, entre otros, Massa, De la Sota, Felipe Solá o Rodríguez Saá? Kirchner, Scioli, Zaninni o Boudou lo son? O bien, quiénes son más radicales: los que aceptaron la democrática decisión de la Convención de Gualeguaychú, los que se fueron al kirchnerismo, como Leopoldo Moreau, o los que están con Massa? No está exento de esta crítica el pretendido progresismo que encabeza Margarita Stolbizer, también dedicada a la triste pesca de radicales desencantados con la alianza UCR-PRO. En política, la honestidad es una condición plausible, pero no suficiente. El armado oportunista de nuevas agrupaciones en cada elección, con el solo objetivo de “posicionarse individualmente a futuro”, y que los primeros candidatos a legisladores renueven su cargo, no es precisamente progresismo.

Más allá del resultado de las próximas elecciones, la sociedad deberá presionar para lograr una reforma política en serio, que incluya una ley electoral que elimine el mercadeo entre infinitas boletas colgadas de un mismo candidato, instrumente el voto electrónico en todo el país, y reconstruya estructuras partidarias confiables. Quizás podamos evitar que la eterna dirigencia, repita hasta el hartazgo el vicio que hace más de 500 años describía Maquiavelo al príncipe: “No se puede llamar virtud el matar a los conciudadanos, el traicionar a los amigos y el carecer de fe, de piedad y de religión, con cuyos medios se puede alcanzar poder, pero no gloria”.