El ejercicio ininterrumpido de la
democracia tiene como enorme virtud que el simple transcurso del tiempo actúa
como natural esmeril de recursos propagandísticos que por repetidos e
incumplidos no convencen a nadie. Las imágenes de candidatos besando a cuanto
niño menor de seis años se le cruza; tomando mate con jubilados o manifestando
un irrefrenable deseo de “estar al lado de la gente y escuchar sus
necesidades”, antes que al engaño, se acerca a lo patético. No es casual
entonces la enorme dificultad de los creativos en crear spots publicitarios de
aceptable calidad. Afrontan el peor desafío en su profesión: intentar vender
productos (el candidato), con cualidades que no poseen.
Sustentemos lo expresado. El
proselitismo se desarrolla en un contexto preocupante para un crecimiento
democrático: 1) Ausencia de partidos con presencia y consenso programático
nacional (justicialismo y radicalismo); 2) Pobre sistema electoral, usualmente manipulado
para responder a coyunturas especulativas (ley de lemas; candidaturas
testimoniales; listas sábana); 3) Como
natural consecuencia de los dos aspectos anteriores, desvirtuación de las
saludables renovaciones de las representaciones políticas: la casi totalidad de las listas con
expectativas de incorporar legisladores por un período de cuatro años están
encabezadas por quienes ya lo son (algunos casi vitalicios), o por quienes ya
ocupan posiciones en distintos niveles ejecutivos.
Esta realidad hace más
comprensible la dificultad creciente de consultoras y creativos para elaborar
plataformas de marketing político convincentes. Resulta una obviedad, por
ejemplo, plantearse porque quienes hoy prometen cambios no los plasmaron en los
últimos años, ya sean como legisladores, intendentes o funcionarios. O peor
aún, porqué quienes acusan al Gobierno de autoritario y manejar “la caja como
elemento de presión a los gobernadores”, como legisladores le otorgaron facultades
extraordinarias, o aprobaron presupuestos nacionales subvaluados y reformas
tributarias que por decreto o por ley permiten al Estado nacional manejar enormes
montos excedentes “no previstos”, que desnivelan cada vez más la distribución
de recursos coparticipables entre Nación
y Provincias.
Es falso justificarse por una
supuesta condición de minoría en relación a los legisladores oficialistas. Pongamos
un solo ejemplo: no hay agrupación en campaña, incluídos los oficialismos
disidentes que encabezan Massa y De Narváez,
que no prometan corregir el impuesto a las ganancias regresivamente aplicado
a los salarios, por lo que una ley en ese sentido hubiese tenido una amplia
mayoría en una eventual votación. Cabe preguntarse entonces porque no se hizo
antes, y consecuentemente, permitirse dudar que se realice después de las
elecciones. Por ello no debe sorprender que el spot oficial haya tenido el
mejor impacto público; sin mayores alardes creativos, respondió en imagen y
sonido a la genética del Gobierno, basada en la épica de considerarse el mejor
gobierno de la historia, soslayando el exabrupto de señalar que si vivieran,
Perón y Evita serían kirchneristas.
La destrucción de partidos con
extensión territorial y permanencia en el tiempo producto de la crisis
político-económica del 2001, hizo que el rol de intermediación que deben
cumplir entre política y sociedad, fuera suplido con líderes cada vez más
autoritarios, adhesiones extrapartidarias, empresarias, periodísticas y
organizaciones sociales rentadas con fondos públicos, preeminencia de lo
pragmático sobre lo ideológico, y gobiernos provinciales alejados de proyectos
estratégicos integradores. En estas
circunstancias, en donde lo único aglutinante es el ejercicio del poder, no
sorprende que sectores identificados con orígenes peronistas cada vez más
diluídos, acompañados por retazos de otras expresiones minoritarias personalistas
sostenidas con contraprestaciones del erario público, sean las que pretendan
encabezar los gobiernos con exclusividad, bajo la sigla “somos los únicos
capaces de gobernar”. Pese a lo cual, ignorando incluso la ley de
“modernización del sistema electoral” que el propio Gobierno promovió, una vez
más eluden dirimir sus disensos en las primarias abiertas obligatorias (Paso) dentro
del Partido Justicialista, trasladando la puja al escenario nacional, como si
fueran distintos. A tal punto llegan sus semejanzas, que lo único que parece diferenciarlos
es el compromiso de no aceptar la reforma constitucional para posibilitar una
nueva reelección presidencial, lo que al menos por vías democráticas, pareciera
una obviedad.
Pero de esta solitaria
competencia por el poder no son responsables quienes la usufructúan, sino
quienes la posibilitan: una oposición dispersa, mediocre, y cuya única ambición
de sus principales líderes es usufructuar cargos legislativos sin solución de
continuidad.
Quizás como resultado del sopapo
electoral que las mini oposiciones sufrieran en la elección del 2011, un grupo
de agrupaciones decidió responder a la lógica de las primarias, conformando en
el ámbito de la ciudad de Buenos Aires una interesante interna entre políticos
reconocidos, bajo la sigla UNEN. Podrá ser el inicio de cosas más importantes a
futuro? Será oportuno reflexionar sobre
sus debilidades y fortalezas, en sus tres etapas: previo a la primaria del 11
de agosto; desempeño de las listas definitivas en la elección nacional en
octubre, y finalmente y más importante, qué relevancia podrá tener esta
experiencia para consolidar lo que todo sistema democrático necesita como el
oxígeno: una oposición coherente que pueda ser alternativa cierta de gobierno.