Diciembre,
otrora mes de balances personales, encuentros familiares, espíritus navideños festivos
y planificación del período de descanso, era el mes indicado para emitir los
fallos judiciales más controvertidos que permitían la impunidad de la
corrupción estatal-privada; aprobar un sinnúmero de leyes sin mayores análisis,
acumuladas como resultado de la ociosidad legislativa a lo largo del año, y dar
el mayor ejemplo de acuerdo político sin falsos debates ideológicos: acordar el
incremento de las dietas de diputados y senadores.
Sin
embargo, desde hace años y de forma crecientemente violenta, diciembre mutó en
receptáculo de tensiones políticas acumuladas a lo largo del año, exhibiendo lo
peor de la dirigencia política y de una sociedad frustrada. El sutil accionar
al estilo “que el pueblo no se entere de que se trata”, fue barrido por
reacciones populares masivas coléricas, en las que confluyen necesidades
sociales, aprietes, delitos, reclamos legítimos por medios ilegítimos,
frustraciones en quienes dependen de su trabajo y esfuerzo diario, con el
consecuente hartazgo social. Todo ello en el marco de polémicas entre los
responsables directos y quienes pretenden representar opiniones opositoras de
enorme frivolidad, cuando no capciosas o lisa y llanamente falsas, tales como
“el Estado no tiene nada que ver; es culpa de las empresas privadas”. Gremialistas
demagógicos no se quedan atrás para crear malestar: “si los empresarios no nos
pagan un bono especial aparte del aguinaldo, vamos al paro” (no confundirse;
esta propuesta gremial democrática no tiene como destino a los jubilados, que
ganan bastante). Observar como autoridades
de distintas aéreas gubernamentales, ya sean nacionales, de la ciudad o
provinciales, intercambian diagnósticos y soluciones oportunistas y de
emergencia por los medios de comunicación, indigna.
Muchos
dirigentes y ciudadanos poseen la información y el conocimiento necesario para
detectar la mentira o la frivolidad, según el caso. Pero no sufren los efectos:
solo los comentan. Por el contrario, la inmensa mayoría de la población,
aquéllos que supuestamente conforman lo que las encuestadoras llaman formadores
de la “imagen del político y/o candidato en la sociedad”, que ven amenazada su
seguridad; su capacidad de progresar honestamente; su calidad de vida, la
sufren en carne propia. Esta realidad es la que da lugar al insostenible divorcio
entre la clase dirigente y la sociedad. Las víctimas de Cromagnon producto de
coimas entre funcionarios y privados; las coimas que dieron lugar a los muertos
de estación Once; las inundaciones que arrasaron viviendas en la ciudad y
provincia de Buenos Aires a comienzo de año; los comerciantes minoristas y
medianos que vieron saqueadas su fuentes de trabajo, no fueron discriminados
por sus inclinaciones políticas. Las víctimas de la corrupción o la ineficacia
de gestión a nivel de trabajadores sin privilegios, afecta por igual a
peronistas, radicales, socialistas, neoliberales, progresistas o independientes.
Para
cerrar el año era oportuno esbozar una reflexión alejada del simplista “creo o
no creo en su existencia”, relativa al sobreseimiento generalizado de los
acusados en la causa conocida como “coimas en el Senado”. Pero tratar este o
cualquier otro tema político cuando miles de ciudadanos no tienen agua y luz
durante días o semanas, y muchos otros han perdido en los conflictos sociales a
familiares, o sus fuentes de trabajo fueron saqueadas, es irrespetuoso. Solo
cabe esperar que las situaciones traumáticas se superen cuanto antes, y enero
nos permita disminuir tensiones. De ser así, nuestros políticos podrán retomar en
los centros de veraneo su “contacto con la gente”, mediante espectáculos
musicales; partiditos de fútbol con figuras conocidas, y el alegre cotillón
amarillo, naranja, verde o azul y blanco, según la ocasión.