Mayo de 2013. Hace tan solo diez meses. En un debate
televisivo entre el diputado del FPV Roberto Feletti, y el entonces presidente
del Banco Ciudad Federico Stuzzeneger, del PRO, este último afirmó que para que
el sector productivo recupere competitividad, el dólar tenía un atraso del 30
al 35 %. Feletti lo acusó de devaluador
neoliberal, lo que reafirmó posteriormente el senador Aníbal Fernández. Para
despejar dudas, la Presidente declaró que no realizaría una devaluación “a
costa del hambre de los argentinos”. La cotización oficial del dólar en el
último día de mayo fue de $ 5,28. Al día de ayer alcanzó los $ 8,00, o sea una
devaluación del peso superior al 50 %. Los partícipes de la polémica, que
tenían funciones ejecutivas de gobierno relevantes y supuestas ideologías
antagónicas, mostraron que sus diagnósticos fracasaban estruendosamente a pocos
meses de formulados.
Qué reflexiones puede provocar esta dura realidad, sin
caer en la trampa de sumarse a las falsas polémicas sectarias, o a críticas simplistas
y distractivas al poder hegemónico de una sola persona, como si el resto de los
actores políticos, empresariales, gremiales y judiciales fueran inocentes
víctimas con excelentes sueldos públicos, y en demasiados casos, con
desmesurados negocios privados también con fondos públicos?
Inicialmente se proyecta una realidad sustentada en los
antecedentes de las crisis económicas recurrentes y destructivas de los últimos
50 años, identificadas por décadas (60; 70; 80; 90; 2000 y 2010), que mantienen
asombrosamente una misma matriz. O no tan asombrosamente, pues explica
parcialmente porque la clase dirigente
no se renueva durante largos períodos, al amparo de sistemas electorales que
limitan al máximo las opciones de los ciudadanos para elegir representantes, y el
mantenimiento de longevos entramados de impunidad entre sectores dirigenciales,
gremiales y judiciales, al punto que nos parezca natural que cargos de gobernador
e intendente en muchos casos sean casi hereditarios, o puestos legislativos, administrativos y judiciales, estén plagados
de familiares directos de altos funcionarios.
Para entender la situación en la que estamos inmersos,
y peor aún, avizorar su desenlace, no es casual la metáfora del título de la
reflexión, respecto a “ponerse los salvavidas”. La frase “la Argentina está en
crisis”, que escucharon y vivieron todas las generaciones de argentinos, es
extremadamente abstracta, y por lo tanto no clarifica causas y efectos. Los
naufragios de las décadas pasadas, y sucederá ahora, no tuvieron las mismas consecuencias
según sean los pasajeros del crucero PAÍS.
Rememorando a los viejos trasatlánticos, los que
viajan en primera clase tienen sus botes salvavidas adecuadamente preparados,
los que les permitirá salvarse sin inconvenientes, y una vez llegados a tierra, manifestar que
serán necesarios sacrificios “de toda la sociedad”, y mantendrán sus
privilegios para “salvar las fuentes de trabajo”. Los funcionarios por su
parte, harán un ajuste simbólico de ingresos, y sortearán sin mayores daños personales
y familiares la crisis.
Los de tercera clase ni siquiera tienen previstos
salvavidas, por lo que solo podrán nadar, y si salvan su vida, engrosarán las
cada vez más extendidas villas mal llamadas de emergencia, y seguirán al
puntero político de turno para obtener dádivas de subsistencia. Si su sostén no
es ya un puntero sino un alto funcionario, podrá alcanzar un nivel empresarial interesante
actuando como testaferro.
Finalmente, llegamos a la clase turista, destinataria
de los salvavidas: la criticada y muchas veces acusada de egoísta clase media,
integrada por empresarios y productores medianos y pequeños, profesionales,
comerciantes, empleados, obreros, trabajadores independientes, estudiantes.
Todos ellos acostumbrados a subsistir y progresar con su propio esfuerzo a
tiempo completo, a diferencia de quienes son simultáneamente funcionarios,
empresarios y dirigentes deportivos, y suelen pregonar la virtud de sus
actividades polifacéticas por supuestos beneficios a la sociedad.
Queda claro entonces porque la clase turista (clase
media), deberá utilizar los salvavidas que inteligentemente la empresa naviera
CLASE DIRIGENTE les proveyó. Es la que afrontará con la depreciación y/o
confiscación de sus ahorros; la
licuación de su capital; la degradación de sus salarios y su calidad de vida,
la nueva salvación del país.