Los acontecimientos políticos continúan
analizándose según criterios e interpretaciones tradicionales basadas en lo
dialéctico, obviando y/o falseando datos cuantitativos precisos y veraces. En gobiernos
con libertad de opinión, necesariamente coexistirán información con
desinformación; seriedad investigativa con operaciones de encubrimiento o
desprestigio. Los principios básicos de la propaganda política moderna surgidos
en la primera mitad del siglo XX, ante la simultaneidad del fenómeno de masas,
conflictos bélicos mundiales y desarrollos tecnológicos acelerados, se
mantienen. Como así también sus herramientas clásicas, como imagen (afiches,
fotos); discurso (invocaciones dirigidas a lo emocional), y espectáculo
(concentraciones masivas). Estos principios se extendieron a la comunicación política,
empresarial, comercial y social. Pero el acelerado desarrollo en la
digitalización de datos, con procesamiento y propagación inmediata, provocó un
desfasaje creciente entre el discurso político y la información.
El discurso u opinión continúa apoyándose en la principal
regla de la propaganda política, llamada de la unanimidad y contagio, que se
basa en la presión del grupo sobre la opinión individual. Jean-Marie Domenach,
especialista en el tema, citó un ejemplo clásico; en el siglo XIX tres sastres
de Londres elevaron un petitorio laboral al Rey, firmándolo “Nosotros, el
pueblo inglés”. En esta regla se basan las opiniones mediáticas que pretenden
ser contundentes, tales como “la gente está sufriendo”, “hay miles de despidos”,
“la mayoría exige….”. Cuando se pretende legitimarlas con cifras incomprobables
o falaces, el recurso de la “unanimidad o contagio” descoloca a políticos,
empresarios, sindicalistas y jueces. La tecnología actual posibilita acceder
con total precisión a nombres, cantidades, tareas, o lo que fuere, en la
actividad que fuere. Esta realidad paradójicamente desnuda el cinismo de
quienes se presentan como bien informados, pero ocultan o niegan información
que le es propia, sean obligaciones, manejos de recursos del Estado,
declaraciones patrimoniales, estructura de costos, amparándose en el vicio
político más practicado: el secreto. El doctor Florencio Varela, hace más de
tres décadas lo definía como “la excusa
fundada en un misterioso e inasible interés superior que a modo de coraza cubre
al mediocre y al pusilánime”. En la actualidad, agregaríamos que es ideal
para cubrir también a la corrupción. Pero el secreto, sea en ámbitos públicos o
privados, es cada vez más difícil de mantener. Los paraísos fiscales y cuentas
“offshore”, por ejemplo, existen desde hace más de cincuenta años, pero hasta
hace poco sus “secretos” eran inaccesibles.
Surge entonces una realidad que
políticos y amigos de lo mediático no han podido resolver. Mientras intentan
impresionar a la opinión pública con cifras incomprobables e impactantes,
niegan al ciudadano el derecho de acceder por sí mismo a información “pública”,
como salarios y adicionales de funcionarios, legisladores y jueces. Ante
supuestas “olas de despidos”, los denunciantes no dan a conocer nombre de los
afectados, función, salario, antigüedad y causa. Los empresarios que se quejan
de competencia desleal o alta presión impositiva, se niegan a exhibir sus estructuras
de costos. Los ejemplos abundan. La escasa información que se da a conocimiento
público, es resultado de laboriosos trabajos periodísticos o de instituciones privadas.
Ante esta realidad, periodistas y
analistas políticos deberán ser más activos en cuanto a obtener de dirigentes
con responsabilidades públicas o privadas, no solo opinión (a la que tienen
derecho), sino la información cualitativa y cuantitativa que les compete, y
habitualmente no brindan. Las preguntas supuestamente incisivas que recibirán
respuestas obvias, carecen de sentido. Ejemplo: usted robó?. Respuesta: no; soy
un perseguido político. O bien en caso de estar procesado, el interpelado responderá:
soy inocente hasta que no se pruebe lo contrario. Las herramientas
propagandísticas imagen, discurso y espectáculo siguen plenamente vigentes; lo
que ha variado sustancialmente es la posibilidad de obtener rápida información
debidamente procesada y certificada. Por ello, los comentarios naturalmente
subjetivos deberán sustentarse en objetividades, para generar nuevos interrogantes
que permitan finalmente obtener respuestas que definan convencimientos.
Buenos Aires, 28 de febrero 2018